Las últimas hojas del cerezo vuelan melancólicas por el viento, algunas flores flotan en el estanque donde las carpas ilusionadas ven pasar a una bella geisha con su colorido kimono. Mayumi se balancea graciosamente sobre sus zori, parece una mariposa que vuela sobre una flor de loto, cruza el puente y llega al bosque de bambúes donde le espera Satoshi impaciente como libélula presa.
La joven busca a su amante entre la verde arboleda, el se esconde ahora burlándose de ella, y cuando Mayumi cansada de su búsqueda decide volver a su hanamashi, el muchacho la abraza por detrás y ella siente el calido aliento de su amado en su oreja y el duro miembro que como espada ahora apunta a sus nalgas. Se queda quieta mientras los labios y la lengua de Satoshi juegan con su óvulos, su cuello, con manos habilidosas el amante suelta el complicado obi y el kimono se abre liberando el cuerpo de porcelana, se deja llevar como el durazno virgen que cae en el arroyo.
Las manos viriles se posan y exploran sus más íntimos rincones, ella siente el cosquilleo frágil que produce el delgado bigote que ostenta su amado sobre su labio superior y que ahora recorre de arriba hacia abajo su columna vertebral y se detiene en sus glúteos que son abiertos y que con su lengua profanan su interior, se le erizan los vellos, sus pequeños pezones se elevan al cielo como crisantemos nocturnos que observan a un fantástico dragón que posee a la luna. El joven samurai sigue saboreando, su boca descubre el arco de su entrepierna, ella mira hacia abajo y solo ve los brillantes ojos de él que también la miran, no hay espacios entre los labios de él y su atrofiado miembro.
Nunca se había sentido tan feliz, sintió por vez primera un amor verdadero y profundo, y mientras era apasionadamente sodomizado por su amante tomo el tantô cuidadosamente, espero el frenesí masculino y cuando sintió en sus adentros el tibio liquido, giró con una habilidad magistral y cruzó el cuello de Satoshi con el filo brillante del tantô. El cuerpo cayó al piso mientras el miembro aún erguido erupcionaba su blanquecina lava.
Mayumi se vistió como si nada, tomo la katana de Satoshi y verifico que estuviera la inscripción real que lo acreditaba como el hijo mayor y heredero del feudo Kamagushi, sonrío a sus adentros y partió con la luz de una mágica luna ensangrentada, llevaría ahora la prueba de su inmenso amor a su señor feudal, el próximo Shogun, lo más seguro era que desde ese instante dejaría de ser un simple taikomochi y pasaría ser el jefe de los Hôkan o Geishas Masculinos.
Por Félix Esteves