Meticulosamente leía cada palabra e instintivamente con un marcador de punta gruesa, borraba, tachaba, escondía, tapaba cada letra con la tinta oscura, al finalizar, el libro que estuvo leyendo durante las vacaciones solo ostentaba una larguísima línea serpenteante de principio a fin. Cuando le pregunte el por qué de tan extraño habito, me contesto que simplemente borraba la memoria del libro, como su propia memoria, así no quedaba recuerdo de lo leído. Me imagine que era una excentricidad de mi nuevo amigo, no insistí, simplemente me pareció interesante, seguimos nuestra conversación muy amena durante esa larga semana. El último día me invito a cenar a su casa. Comimos opíparamente, charlamos toda la noche, el vino me hizo hablar más de la cuenta, su presencia y su enigmática personalidad me hacia ser un libro abierto, cuando me percate que ya era casi de día, me quise despedir, pero no me dejo, me ofreció la última copa de vino y en ese instante presentí lo inevitable, me había envenenado. Mareado por la terrible pócima caí al suelo, y mi última visión en vida fue como me borraba, tachaba, escondía con su marcador de mortal tinta oscura.
Por Felix Esteves
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