Violenta noche de truenos y relámpagos, el cielo ennegrecido por nubarrones, ausentes estrellas, la copiosa lluvia, el compás violento del corazón que casi se le sale por la boca, el alma o lo que le queda de ella tremolaba su arrepentimiento, la conciencia ahora le dictaba castigos mentales, como choques eléctricos que llegaron muy tarde. Su crimen atroz había destrozado a una familia completa, cuando descubrieron el cuerpo de la niña enterrada en el bosque con agresivos signos de violencia sexual. Los expertos detectives dieron rápidamente con él. Un juicio corto. Sentencia máxima. Pero la peor de todas la conocería después.
El reclusorio o penal lo esperaba. El estomago lo tenía revuelto, un dolor intenso como de filosas espadas parecían atravesarle, el miedo hacía su trabajo y un hilo de mierda fétida y acuosa bajo por su pierna que lo hizo resbalar pegando el cráneo de la punta de la mesa donde le esperaban los policías de guardia. La muerte se lo llevo con su nauseabundo olor adonde ahora pertenecía.
Violenta noche de truenos, relámpagos y centellas, un cielo de fuego, una lluvia de calientes piedrecillas le perforaban la piel que rápidamente cicatrizaba, pero que volvía a padecer las terribles quemaduras de la perenne garúa de fuego petrificado, un castigo feroz pensó, mientras desde lo lejos lo miraba el supremo de aquel lugar de eterno castigo. El Diablo embelezado por el sufrimiento de la nueva alma torturada, se enamoró prontamente de sus lágrimas y gemidos. Sin esperar mucho lo mando a traer a sus aposentos donde le puso a pulir su par de afilados cuernos que adornaban su peluda y rojiza cabeza. Pensando que había ganado la misericordia del temido Belcebú hacía su trabajo con cuidadoso esmero y cuando creyó haber terminado, el Siempreterno le susurro al oído su amor inmortal… lo agarró por el cuello y clavo sus afilados dientes como hacen los gatos cuando copulan a las sedosas gatas… y sin conmiseración clavo su tercer cuerno descomunal e infernal en las entrañas del condenado que vomitaba sus heces por el dolor y que el mefistofélico amante le hacia tragar de nuevo por toda su eternidad.
Por Félix Esteves
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