Yo que creí que la luz era mía
la sombra ahora me arropa y me cobija
penumbra perenne
la oscuridad compañera mía.
No hay sueños
no hay alegría
encerrado en la tenebrosa burbuja
de mi aflicción, de mi triste melancolía
añoro la luz de una desmayada vela
el destello de una fatigada bujía.
Solo escucho el silencio de la negrura
la clandestinidad de mi desafuero
el temblor incesante de mi cobardía.
Noche eterna sin brillante selenita
aquí estoy nadando en tu espesura
intimidado en mi agonía.
Yo que creí que la estrellas eran mías
la vida ahora me golpea con sus puños
en la falsa paz de mis últimos días.
Por Félix Esteves
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