Se vieron por primera vez y se percataron de que todo estaba dicho, no emitieron ninguna palabra, ni siquiera para saber sus nombres, se siguieron y entraron al primer hotel que se les atravesó, pagaron con tarjeta de crédito con voucher abierto y apenas entraron a la humilde habitación se inicio el alocado frenesí. Se investigaron con todos los sentidos, descubrieron formas inusitadas de amarse, no quedo ningún rincón sin explorarse y en la medida que pasaba el tiempo, que crecía su pasión y su desenfrenado ardor, sin darse cuenta sus cuerpos iban menguando, como desapareciendo en cada gemido de placer, en cada quejido de exquisito dolor, en cada orgasmo prolongado y sostenido, sus apariencias físicas se desdibujaban a la medida que se entregaban a la vehemencia amatoria. Al tiempo se desprendía de la habitación un olor a caramelo, a lejía, a flores silvestre, a rancio almizcle, a azahares y canela, a sudor y a sangre. La administración preocupada por tan extraños aromas decidieron invadir la privacidad de los amantes, pero descubrieron que sobre la cama yacían aún los globos oculares que todavía se emitían mutuas miradas arrebatadoras, pero ellos al poco tiempo también menguaron en su delirante enardecimiento visual.
Por Félix Esteves
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