martes, 24 de mayo de 2011

ALEJANDRA PIZARNIK O LA POESÍA DE LA AUTODESTRUCCIÓN.

La poética de Alejandra Pizarnik  (1936-1972) conquisto un puesto de gran relevancia en el mundo literario por su condensada y turbia oscuridad que absorbe los destellos y resplandores atormentados del alma. Su estilo único resulta a veces inaccesible, lejano e inalcanzable, y su fatalidad en sus letras, premonición de su muerte, nos enfrenta a la escritura de la locura y a la estética del caos de la memoria y de la pasión del espíritu.

Apenas con 19 años Alejandra ahoga sus desvariados problemas y sus obsesiones causados por su obesidad con anfetaminas y alcohol, composición que la lleva a grandes desveladas y reuniones nocturnas con su atormentada alma, de ese período nace su poemario “La tierra más ajena”, editado por Botella del Mar en Buenos Aires. Sus primeras obras literarias están llenas de sentimientos de desanimo, soledad, desaliento y frustración, que nos recuerda en cierto modo Rimbaud, y oscilan entre el excesivo romanticismo y la influencia surrealista de los poetas argentinos de aquel entonces.

Durante el primer lustro de los ‘60s estudia en París, donde escribe el más turbulento y oscuros de sus libros “Extracción de la piedra de la locura”, donde abandona los aspectos formales de la poética y se extiende en el universo de la prosa; en este trabajo Pizarnik explora y ahonda el mundo freudiano de su propia existencia, consolida su conflicto de apetencia aversión con la muerte y comienza su delirio juguetón y apológico con el suicidio.

Pizarnik en su poética se vuelca en un mundo interior enlazándose en la tradición literaria femenina (Alfonsina Storni, Delmira Agustini, entre otras) con la que se reafirma, pero al mismo tiempo rompe con esa tradición y prosapia en la que la poesía femenina era puro sentimentalismo y exquisitez poética. Alejandra grita y con su desesperado alarido dice lo que a otras voces femeninas anteriores le estaba prohibido, su voz en forma de trueno ahogado nos llena de crueldad y violencia.

En 1971 aparece “El infierno musical” donde se acentúa su intensa depresión, y se reafirma su idea de suicidio. Con “La condesa sangrienta” se pone de manifiesto su seducción por el sadismo, la obscenidad y lo perverso, logrando con absoluta maestría describir la poética realidad del sufrimiento y el sentimiento demoníaco de la crueldad.

Alejandra Pizarnik estaba obsesionada por el lenguaje y logra una poesía sin estridencias en textos breves en su mayoría. Ella escribe en el surco del surrealismo, se adueña de él y lo reinventa en un discurso poético en el que el mundo aparece deslucido, trastocado y desgarrado en persistentes alusiones autorreferenciales, su cosmogonía es hermética y claustrofóbica. Nuestra desesperada poeta  escarba en las palabras y fabrica los términos como un artesano, sin embargo al final de su vida la coherencia de su obra se convierte en una anarquía sintáctica.

La naturaleza sombría, el lenguaje, el silencio son los temas recurrentes y más destacados de Pizarnik, y a través de conexos externos y en un inmutable juego de oposiciones la poetisa se apodera de ellos, no obstante es la muerte como pesadilla o ensoñación constante la que aparece como un acto insurrecto y conspirador que invade su poesía llena de alucinaciones y sombras.

Las letras de Alejandra Pizarnik son el testimonio, la confesión de un alma desenfrenada y fatal, es el producto de un espíritu oprimido y extraviado, sus poemas se someten al silencio de la vida que se enfrenta a la muerte y que a su vez restringe el lenguaje hasta hacerlo explotar, estallido que descarga la pesadilla de la palabra que se une, trama y urde con los estados del alma de una poesía pura y única que ha superado la barrera del tiempo y que mitifica la desesperación de Pizarnik.

Alejandra nos deja con lo que siempre soñó, su "muerte autoprovocada", Pizarnik se hace así profeta, mártir y verdugo de sus propias defunción y escritora perenne de un óbito hecho poema de la autodestrucción.

Por Félix Esteves


A la espera de la oscuridad

Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.

Ampáralo niña ciega de alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.

Pero ese instante sudoroso de nada
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos

Alejandra Pizarnik



En un ejemplar de "Les chants de Maldoror"

Debajo de mi vestido ardía un campo con flores alegres
como los niños de la medianoche.
El soplo de la luz en mis huesos cuando escribo la palabra
tierra. Palabra o presencia seguida por animales perfumados;
triste como sí misma, hermosa como el suicidio; y que me
sobrevuela como una dinastía de soles.

Alejandra Pizarnik




Solamente en las noches

escribiendo
he pedido, he perdido.

en esta noche en este mundo
abrazada a vos,
alegría del naufragio.

he querido sacrificar mis días y mis semanas
en las ceremonias del poema.

he implorado tanto
desde el fondo de los fondos
de mi escritura.

Alejandra Pizarnik



Coger y morir no tienen adjetivos


Vértigos o contemplación de algo que termina
Esta lila se deshoja.

Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así

Alejandra Pizarnik

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