viernes, 5 de agosto de 2011

EL ARTE QUE AMO: LA INFANTA MARGARITA EN AZUL DE VELÁZQUEZ.

La Infanta Margarita en Azul. 1659
Diego Velázquez  (Sevilla, 1599-Madrid, 1660)
Kunsthistoriches Museum, Viena. 
La primera vez que vi este cuadro tendría yo seis años, y fue en una colección de libros que compraron en mi casa de la editorial Salvat llamada Biblioteca Básica, en sí el libro se llama "Cien Obras Maestras de la Pintura" escrito por Marcial Olivar, hojeando con minuciosidad las páginas quede hechizado por la Infanta Margarita que con su belleza y su enigmático vestido azul me miraba fijamente y que a pesar de su extremada quietud, para mi en aquel tiempo un niño con mucha imaginación, me parecía que aquella niña quería salir corriendo.

En esta pintura la Infanta Margarita tiene apenas ocho años, y fue realizada un año antes de la muerte del artista. La estructura del cuadro y la posición de la infanta no es nada diferente a cualesquier de los retratos  de aquel entonces. Lo que hace distinto este trabajo pictórico de otra pintura  son los recursos magníficamente usados por Velázquez que lo convierten  en algo más: en una verdadera Obra Maestra del Arte.

Quizás a nivel técnico lo primero que nos impresiona es la palpitante y suelta pincelada (muy característica de Velázquez) que pareciera revolotear por todo el lienzo, dándole vida a la hierática,  rígida e inmóvil actitud de la pequeña. La bella pincelada esta plena de libertad y llena de mancha de color, al casi más puro estilo impresionista, que no nos deja ni por un segundo apartarle la vista a la protagonista del cuadro.

La luz en este cuadro es un foco único que enfatiza solamente a la niña. El Tenebrismo vuelve a los pinceles de Velázquez, oscureciendo el fondo del cuadro, el efectismo del juego de luces y sombras hace caer sobre la Infanta la luz en todo su esplendor, dando la impresión muchas veces que es ella la que emana las doradas radiaciones lumínicas.

Detalle de los azules del vestido.
El color, después de todo lo anteriormente dicho, en mi opinión es lo más importante de la obra. El azul esta lleno de intensidad, de brillo y movimiento. Las diferentes tonalidades del “azurro”, a veces fúnebre, a veces eléctrico, a veces celestial, nos seducen como un mar donde navegamos sin cansarnos y donde quisiéramos nadar.

Por otra parte el cuadro nos cautiva por su alcance psicológico. La Infanta Margarita no se muestra feliz, ni siquiera muestra aburrimiento, su actitud poco expresiva parece más de susto y resignación ante su prominente futuro: a la pobre niña se le pintaba casi cada año para mostrarle a su prometido Leopoldo I Emperador de Austria (que era su tío por parte materna) los avances en el crecimiento de la Infanta. A la niña no le quedaba otro remedio que quedarse quietecita, a pesar que según sus biógrafos e historiadores relatan que era una niña muy vivaz y alegre.

Detalle: El rostro de la Infanta.
Velázquez magistralmente no se rinde ante la detenida y paralizada Infanta, y hábilmente logra captar los encantos de la princesita en sus ojos muy abiertos, en lo dorado y agitados de sus bucles, en lo rosado de sus mejillas dándole vigor no sólo a la imagen principal si no todo al cuadro. Igualmente la precisión con que logra captar el pintor las facciones del rostro de la niña es sorprendente, dándole al cuadro una mágica humanidad, la Infanta deja de ser el personaje real y lejano y nos la aproxima convirtiéndola tal vez en nuestra hermanita, o en nuestra hija, o en la traviesa hija de nuestro vecino.

“La Infanta Margarita en Azul” del maestro español Velázquez es un cuadro elegante, majestuoso, imponente donde nos rendimos y extasiamos no sólo por lo fabuloso de su hechura y arte, sino también por la historia que aquellos ojos tristes y enormes de la Infanta nos quiere contar.

Por Félix Esteves

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