No dejaba de bostezar, los parpados me hervían y poco a poco se cerraban
a pesar de mi esfuerzo por mantenerme despierto. La carretera estaba oscura,
solo los faros de mi auto parecían competir con las pequeñas luciérnagas que se
atravesaban en el camino y que terminaban golpeadas en el parabrisas. El cansancio
me venció, me orillé a la carretera y me entregue al sueño al que a tanto le había
puesto resistencia.
Caí rápidamente en un sueño profundo. Tan profundo que no podía
respirar, me faltaba el aire, aún así mis ojos permanecían cerrados y aunque
quería abrirlos no podía, el calor era extenuante y empecé a sudar, mi piel se
pegaba a la ropa… que extraño pensé, solo llevaba una franelilla sin mangas y
un short deportivo, ahora parecía que tuviera una camisa manga larga y un traje
puesto, hasta corbata, pues sentía un nudo en el cuello. Trate de levantar las
manos y tropezaron con algo, levante la cabeza y pegue de inmediato la frente
con un cristal – aun así no podía abrir mis ojos – palpé lo que extrañamente me
circundaba y no estaba en el auto, estaba en mi tumba…
Abrí los ojos de repente, desperté de mi sueño, aún así seguía en mi
tumba, la oscuridad era absoluta y aunque grite y grite nadie pareció escucharme…
cerré de nuevo los ojos tratando de retomar el sueño, pensando que quizás después
despertaría en mi carro y en la carretera, pero fue en vano, paso un largo
tiempo, se desgastaron mis uñas de tanto arañar el cercano techo de mi urna…
aún sigo despierto… poco a poco me voy comiendo tratando de dar tiempo, pero no
consigo conciliar mi sueño.
Por Félix Esteves
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