Huyendo más del padre de su amante que del frío, la Condesa Anja Milenka
Irina Dudarova Gorchakova, llegó a las cálidas tierras del Caribe. Apostada
apenas sobre la isla de La Española llegaron a sus manos unas enormes perlas
que la cautivaron desde el mismo instante que el opalino nácar de su brillo la
encandilaron. Sólo basto un mandato de la hermosa rusa para que una caravana de
galeras la llevaran a la Isla de Cubagua.
Aún vestida como en la vieja usanza del invierno ruso la condesa no
dejaba sus pieles, el armiño, el mink, la Chinchilla, el zorro ártico, no había animal de pelaje fino que no ostentara
encima. El sol del Caribe no la convencía de quitarse sus exagerados atavíos,
pues muy inteligentemente hacia traer helados y grandiosos iceberg para
atemperar los castillos que mandaba a construir donde llegaba.
Los asombrados habitantes de la isla quedaron pasmado por las inmensas
rocas de hielo que arrastraban las galeras, pero aún mayor fue su asombro
cuando la mujer más bella de la blanca Rusia piso las arenas de aquellas
tierras que más tarde la maldecirían.
Mientras la mitad de la tripulación bajaba los grandes cargamentos, la
otra mitad desmontaban tres de las galeras, las más grandes y con su madera y
hierro construían una gigantesca mansión que sólo tenía ventanas al oeste, pues
la condesa odiaba el nacimiento del sol, pero amaba su ocaso.
Después de solo un día y una noche de arduo trabajo, la condesa ordeno a
sus vasallos comerciar con los lugareños para que le trajeran las perlas más
grandes y hermosas que encontraran, pero los pobladores y lugareños eran pocos
para la terrible ambición de la dama que enseguida mando a buscar negros de
Borburata que estuvieran a su servicio.
Asi llegaron cientos de perlas a sus manos en un solo día, a penas en un mes de su estadía logro almacenar dos barriles de blancas perlas que consumo cuidado iba tejiendo cada hora, cada día. Pasaron dos años y la mujer convertida en una tirana obligaba a sumergir hasta niños en las profundas y azules aguas con la misma intención de su alocada psicosis perlífera. No se cansaba de tejer y tejer las perlas, y no se daba cuenta que poco a poco el peso de las albinas y níveas piedrecitas iban hundiendo la isla, y que además los cansados iceberg contribuían a que las aguas crecieran y comieran cada segundo más arena, más tierra. Pero lo que más deterioraba la estabilidad de la isla era que por cada perla tejida la condesa arrojaba una lágrima que al juntarse de las nacarinas y argentinas perlas tropicales se convertían en otra perla de igual valor.
El kilometraje de perlas tejidas alcanzaba una distancia desde la misma
isla hasta el viejo palacio de Iván El Terrible, donde había sido asesinado por
su propio padre el Zarevich Iván al este confesarle su deseo de reunirse con la
condesa en lejanas tierras. Las noticias del despiadado parricidio voló a ella
en la patita de una blanca paloma mensajera.
La condesa cayó en un estado catatónico y de sus ojos no pararon de
brotar perlas. La isla no aguanto más peso, y en un santiamén las aguas la
arroparon. El hundimiento sólo duro unos segundos porque las perlas que eran
producto de su llanto se convirtieron en arena, sal, peces, corales y algas, y la isla de Cubagua subió de nuevo a la superficie. Pero la condesa quedó atrapada en el fondo enredada con las verdaderas perlas extraídas
de las profundidades del mar que permanecían
unidas e hicieron su propia cadena que la dejaron amarrada en el fondo del océano como la perla más codiciada de los nuevos pescadores. Aún todavía se sumergen en su búsqueda, pero quienes logran verla quedan atrapados junto con ella en el abismo abisal.
Se dice que el espíritu de la condesa a veces vaga por la isla y los
lugareños presienten su llegada porque
empieza la temporada de lluvia y el terrible frío, pero son sus lágrimas que
ahora no se hacen perlas sino simple agua y a veces hasta llegan a convertirse en helado granizo.
Por Félix Esteves
Modelo de la Foto: Amadora García Arias.
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