jueves, 16 de agosto de 2012

ELISA LERNER: "La soledad es la patria del escritor". Entrevista realizada por Viviana Marcela Iriart.


Lo dijo cuando la entrevista había finalizado y tomábamos té con masitas en la acogedora cocina de su apartamento caraqueño. “Elisa,  me acaba de regalar el titulo de la  entrevista” le dije emocionada. “Es de la novela que estoy escribiendo, pero se lo presto” respondió con una sonrisa la escritora, ensayista y dramaturga, Premio Nacional de Literatura 2000.
Pero no comenzamos hablando de su nueva novela, una hora antes, sino del elogio de Julio Cortázar a su monólogo “La mujer del periódico de la tarde” (1976):

“¿Hijos? No. No tengo. Mi negligencia, mi descuido, mi distracción no me ha permitido tenerlos. Pero, ahora, cuido de cada arruga de mi rostro como de un hijo. ¡Y en qué madre prolífica me he convertido! Por supuesto, el máximo desaliño ha sido arribar a los cincuenta. (…)  Pero, últimamente, estoy albergando la convicción de que los productos de primera, en el rostro de una mujer de cincuenta,  se vuelven  de segunda. (…)  Untándole un poco de petróleo a mi crema Ponds  me siento mucho más nacionalista. (…)  Para una, la inflación comienza después de los cuarenta.  Cómo se ponen, entonces, de caros los hombres.”

- El escritor Julio Cortázar escribió una carta elogiando este monólogo.
- Sí, en una carta que él no me envió  a mí sino a una  muchacha, Susana Castillo, que era profesora en la Universidad de California y venía mucho aquí porque escribió varios libros sobre teatro venezolano.  En el año 1979 ella le mandó  a Cortázar mi monólogo y  él le escribió y le dijo: “No dejes de decirle a Elisa Lerner que me gustó muchísimo su monólogo”.  Yo he hecho referencia públicamente a esta carta pero nunca la he publicado porque no era una carta para mí.

A los 11 años usted le dijo a su padre que quería ser escritora. ¿Cómo supo siendo una niña lo que quería ser?
- Porque a mí me iba muy bien en la escuela con las composiciones, siempre era la mejor y eso no era fácil  porque yo tenía compañeras que eran brillantes, muy inteligentes, como Marianne Khon Becker.  Por eso yo creo que la escritura es un don.

-  ¿Leía mucho de niña?
-  Sí, en  las vacaciones leía muchísimo y esas eran como mis vacaciones, la lecturas. Y por otro lado yo tenía una hermana, todavía la tengo pero está muy enferma, mayor que yo, Ruth,  que estaba llena de luz.  Ella fue una persona muy importante aquí en Venezuela, fue ministro de educación, embajadora en la Unesco… Pero continuando con el relato, lo importante para mí es que ella estaba llena de luz, de una felicidad de vida durante nuestra infancia, nuestra adolescencia, como si ella estuviera de primera en el camino.

-  ¿Su hermana también escribía?
- No, si ella hubiera querido hubiera escrito muy bien, porque yo leí un trabajo que hizo en la  primaria sobre un clásico español y era una maravilla la fluidez de su escritura. Pero ella decidió declamar porque había nacido en Europa, en cambio yo nací en Valencia y me trajeron aquí a los 3 años y nuestra mudanza coincidió con la muerte del general Gómez.  Yo me enteré esto  que le voy a contar cuando leí una larga entrevista que le hicieron a mi hermana: como ella llegó a Venezuela de 3 años y medio no dominaba el idioma y aunque era una niña preciosa supongo que las niñas le harían mofa o algo así porque no hablaba bien el español. Entonces un día ella se paró en la plaza Bolívar de Valencia y comenzó a decir poemas, ella tenía un gran talento para decir poemas de una manera especial, no de esa manera solemne como lo hacían las declamadoras profesionales de la época.  Y entonces, gracias  a mi hermana, yo escuchaba los poemas más hermosos de ese tiempo, Lorca, Antonio Machado y Rubén Darío, siempre Rubén Darío, sus largos poemas… Mi hermana también declamaba a las grandes poetas sudamericanas y como ella tenía que aprenderse de memoria cada poema, yo estaba allí y la escuchaba una y otra vez. Y entonces me acostumbre al ritmo del idioma, del castellano. Por otro lado mi madre era de lengua alemana y había hecho el bachillerato en Czernowitz, una ciudad muy importante que había sido como el último bastión del imperio austrohúngaro,  y mi padre era de Nova-Solitza, una pequeña población en la frontera que algunas veces fue rusa y cuando él vino para acá era rumana. Y mis padres nunca llegaron a hablar un español académico.  Mi madre me hablaba y cantaba canciones en alemán cuando yo era muy niña, por ejemplo para que yo me bebiera la leche que no me gustaba. Pero llegó un momento  en que dejó de hablar alemán y de cantar canciones, y eso sucedió cuando llegó el nazismo.

¿Su madre renunció a su idioma materno a causa de la guerra?
-  Sí, lo hizo por respeto a mi papá que era más religiosa que ella en el tema judío. Porque ella hablaba en alemán con otra gente, pero no en la casa. Y entonces a mí me quedó como una añoranza, una doble añoranza de haber perdido un idioma sin haberlo aprendido. Y por otro lado quería hablar un español correctísimo porque mis padres nunca llegaron a hablarlo bien. Mi madre siempre leyó la prensa venezolana y mi padre hablaba un español fluido por el mundo del trabajo, de la calle y Caracas era una ciudad muy cordial, muy abierta con los inmigrantes. Y todo eso fueron varios factores: haber perdido un idioma antes de haberlo aprendido; pensar que yo nunca iba a poder, esto fue inconsciente, manejar un idioma con la perfección que lo podían hacer otras cuyos padres siempre habían hablado español y,  al mismo tiempo, la paradoja de que yo siempre estaba escuchando el idioma a través de los poemas que declamaba  mi hermana.

¿No le producía angustia querer ser escritora si pensaba que no hablaba bien el español?
-  No, al contrario, me producía una enorme felicidad, porque a mí me iba muy bien en la escuela escribiendo y eso me producía una gran seguridad, lo que no tenía era seguridad sobre lo que iba a escribir. Y nunca me pasó por la cabeza pensar que yo no era una niña rica y que en Venezuela estaba muy claro que sólo… esa era una tradición venezolana, que cuando un escritor venía de una familia rica, o él mismo podía haber sido exitoso y había podido ganar dinero porque le había sonreído la suerte, entonces tenía como el camino abierto para dedicarse a la escritura y publicar. Ese fue un problema que a mí no se me planteó en ese momento, yo le dije a mis padres “voy a escribir” y lo hice el día en que me regalaron unos zapatos que tenían unas trencitas y me pareció que eran los zapatos de una escritora profesional. Entonces me vi como en la marcha, con esos zapatos, para un largo camino hacia la literatura.

- Usted cuenta en unas de sus crónicas que su padre le regaló una pluma Parker cuando le dijo que quería ser escritora.
-  Sí, pero eso no fue a los 11 años cuando se los comuniqué por primera vez sino en mi adolescencia.

- ¿Y su mamá que dijo?
- Mi mamá no dijo nada. Mi  mamá era la autoridad y mi papá era el sueño, la complacencia, el cariño. Mi mamá era… yo creo que pude pensar en cuartillas limpias porque tuve sabanas limpias, una lencería feliz en mi infancia, un orden, una comida.

-  Cariño.
-  Una buena comida es una forma de cariño. Las cosas que mi madre nos brindó eran muy difíciles en la Venezuela pobretona en la que yo nací, yo me di cuenta después porque de esas cosas no se hablaban, yo tenía muy poca relación con las niñas en mi escuela para saber que lo que mi madre nos daba no era tan común.

“En realidad esta cuestión de los zapatos es uno de los temas más apasionantes en una democracia: deslinda izquierdas y derechas. Zapatos de tacón bajo o sin tacón, siguen una línea izquierdista. Porque el tacón bajo, o sin tacón también, está pegado al suelo. Ahora bien, los zapatos de tacón alto, Luis XV, por ejemplo (la Bella mira con cierta inquietud sus zapatos: son de tacón Luis XV), giran hacia la derecha. Se alejan  de la realidad, del suelo. (…) Pero lo más político es ir al zoológico. Conocí a un militante que me invitó  un domingo a un zoológico que ha propiciado Pro Venezuela: todos los animales de ese zoológico son nacionales.  Allí no priva la constante universal. 
Pues bien, fue algo muy lindo: vi por igual monos y dirigentes.”   

Una entrevista de prensa o La Bella de Inteligencia, Elisa Lerner, 1960

-¿Usted era tímida?
-  No, no, yo no era tímida.

-  ¿No se relacionaba con las otras niñas porque había antisemitismo?
- ¡Para nada! Nosotras éramos las más queridas, Marianne y yo  que estudiábamos en el mismo salón y Dita, su hermana que era más joven,  era queridísima porque tenía una personalidad arrolladora, era muy simpática, tenía mucho humor, una gran vitalidad y era muy solidaria, generosa.

Como es ahora.
- Como es ahora, sí. Te voy a contar una anécdota de Dita. Nosotros recibíamos el diario El Nacional, que era un diario importante, y lo sigue siendo; era un diario muy literario, muy esperanzador, porque lo habían fundado gente que había adversado a la dictadura de Juan Vicente Gómez. Y ese era un momento en el que se estaba librando una gran batalla contra el nazismo y se pensaba que Venezuela se iba a adentrar en la democracia, era un momento en el que había fiebre de ideología en el mundo.  El Nacional estaba a favor de la república española, así que también escribían exiliados españoles que vivían aquí. Así que, junto con los libros, ese periódico me infundió a mí mucho estímulo para pensar que yo alguna vez podría escribir en algún periódico. Allí escribía una escritora joven, Ida, que escribía unos reportajes preciosos.

¿La poeta Ida Gramcko?
- Sí. Entonces yo leía los reportajes de Ida y decía: bueno, a lo mejor yo alguna vez puedo llegar a escribir…Claro, esto me lo decía en mi interior y muy dubitativamente, porque yo a nadie le decía que quería ser escritora. Se lo había dicho a mi papá y él se sonrió y pensó que era como un sueño de niña.

-  ¿Y la anécdota cuál es?
-  Todos los domingos yo recibía el diario, que lo llevaba un pregonero. En las casas del Centro, donde nosotras vivíamos,  había un zaguán y a primera hora de la mañana él dejaba allí el periódico. Los domingos el diario tenía el Papel Literario donde muchas veces, en la página central, había un reportaje de Ida Gramcko. Un día, yo tendría unos 11 años,  llegué  a la escuela llorando a lágrima viva y Dita me preguntó por qué estaba llorando de esa forma estrepitosa y yo le dije que era porque no había podido leer el reportaje de Ida porque el pregonero no me había dejado el periódico. Al día siguiente Dita se apareció con el diario y me lo regaló… ¡y ella también lo coleccionaba!

¿Pudo conocer a Ida Gramcko?
- Sí, con el tiempo yo llegué a ser como parte de su familia porque Ida escribió en  La gruta venidera, un libro que Elizabeth Schön publicó cuando yo estaba saliendo de la adolescencia. Yo quedé tan fascinada con este libro que una vez me la encontré caminando por la plaza Bolívar, ella iba con Silva Estrada y se lo dije, y Elizabeth Schön, sin ser amigas, me lo regaló. Y ese libro, igual que los reportajes y los poemas de Ida, para mí significó muchísimo, ella para mí fue una influencia.

¿Mas que Ida? ¿O diferente?
-  Diferente.  Ella fue muy importante para que yo escribiera mi primera pieza, “La bella de inteligencia” pero no sólo eso, fue una gran amiga, una gran consejera, fue como una tía joven o una hermana mayor, mayor que mi hermana Ruth. Fue una mujer muy sensible, muy sensata, muy protectora, muy prudente. Cuando yo vi a la Reina Sofía en España, la beatitud de su sonrisa,  me acordé mucho de Elizabeth porque ella tenía las maneras de una reina silvestre en su jardín de Los Rosales. Yo no sé cómo ni dónde ella, que creo que no terminó la primaria pero sí fue a unos cursos de filosofía, pudo adquirir esa sabiduría en la vida, esa diplomacia admirable. Nunca hubo quejas ni pequeñeces con ella, y lo digo porque es verdad. Ida también fue una mujer muy discreta pero Ida era más tormentosa, sus estados de ánimo.

-  ¿Cuándo conoció a Ida?
-   En mi infancia, yo era una niña de 11 o 10 años y fui con mis padres a la Unión Israelita askenazí a un agasajo a León Felipe, el poeta español. Yo no entendía nada, porque él decía sus poemas y yo veía que todo el mundo lloraba, como diciendo que era un mismo exilio y que él también, por llamarse León Felipe, también venía  del exilio judío. Allí yo vi hombres, que en el día eran duros negociantes, con lágrimas. Y cuando terminó el acto, que era en una casa, veo a Ida Gramcko en el comedor, la reconocí del periódico y le pedí un autógrafo. Ella me lo dio pero encontré como una gran frialdad, como cierta soberbia… no hubo ningún acercamiento hacia esa muchachita que la admiraba.

-   ¿Y después?
-   Después me la encontré en mi adolescencia cuando ella llegó de la Unión Soviética, en donde había sido encargado de negocios en la embajada siendo muy joven, era su momento de brillo, los 40 y 50 fueron su momento de más brillo, lo que pasa que le tocó durante una dictadura militar. Yo iba al Venezolano-Francés, muchas veces con Román Chalbaud y a veces sola porque me quedaba cerca de mi casa… bueno, no tan cerca, porque yo vivía en la zona alta de San Bernardino. Pero bueno, era una adolescente y tomaba un autobús  y caminaba hasta Los Caobos y Caracas era una ciudad segura, era una ciudad más pequeña, y encontraba allí a Ida. Y ahí comencé un diálogo con ella, le dije que yo guardaba sus artículos y ella me dijo que era una cursilería, o algo así. Pero después se fue creando una especie de amistad no pactada, y cuando ella publica Poemas, que es su gran y famoso libro, yo me la encuentro un día en un autobús en San Bernardino, porque ella vivía en la parte de abajo, entonces me ofreció su libro. Lamentablemente yo tontamente le dije que me lo había regalado una amiga y ella quedó fascinada porque yo estaba encantada con su libro.

“La muerte soporta todas las indiscreciones, todos los detalles. Es la forma que tiene de añorar, de nuevo, la vida."
La envidia o la añoranza de los mesoneros, Elisa Lerner, 1974


¿Por qué dice que Elizabeth Schön fue su influencia teatral?
-   Porque ella escribe La Gruta venidera, que fue un libro que me gustó muchísimo y después escribe Intervalo, que es una pieza de teatro y ella me leyó trozos y yo creo que eso… claro, también leía a Beckett. También me influenció que yo no sabía que cuando escribí La Bella de Inteligencia había escrito una pieza de teatro. Yo me acababa de graduar de abogado, nunca tuve una gran vocación, pero pensé  que si estudiaba Letras… la escuela de Letras no tenía el prestigio que tenía la escuela de Derecho cuando yo comencé a estudiar. Y yo sentía que lo mío no era la docencia sino la escritura, no me equivoqué, no me gusta la docencia. Yo sé que a veces cuando hablo me pueden suceder cosas que sólo me suceden cuando escribo,   pero también me puede suceder que cuando hablo puedo caer en el error de que estoy escribiendo, me puedo estar como traicionando.

¿Pudo vivir de la literatura?
-  Nadie vive de la literatura, al menos en un país como Venezuela es muy difícil. Pero sí puedo decir que en un momento dado mis piezas de teatro, sobre todo Vida con Mamá, que tuvo bastante éxito, me produjeron algún dinero,  y  mis artículos me los pagaban. Pero claro, yo tengo que reconocer que soy una escritora de la periferia, que me ha tocado ser una escritora de estas tierras.

¿Y en estas tierras cómo hacía para vivir y poder seguir escribiendo?
-   Bueno, mira, hice muchas cosas, mi primer trabajo fue en una revista pero me pagaban muy poco entonces mi madre se fastidió mucho y no quiso que yo siguiera, mi hermana se disgustó porque había dejado pero no seguí. Después hice un trabajo ad honorem en la Casa de Observación que dirigía la Dra. Renée Hartman, eso me sirvió mucho porque pude irme a Estados Unidos con una beca muy modesta. Escribía también para Radio Nacional, aunque ese  me lo quitaron al año de haberme ido, y la mitad de lo que ganaba se lo daba a mi mamá que había quedado viuda. Trabajé en el Ministerio de Relaciones Exteriores y en Madrid fui consejera de cultura. En mi vida a veces tuve más suerte, a veces menos suerte, pero siempre tuve que trabajar.

¿Le resultó fácil que le montaran sus obras de teatro?
-  Fue muy fácil que montaran mi primera pieza y la montaron muchas veces, lo que fue difícil fue que montaran El vasto silencio de Manhattan,  es una obra que nadie quería montar en Venezuela, que le gustaba a los argentinos pero a los venezolanos no, decían que había muchos personajes. Me acuerdo que Cipe Lincovsky le habló muchísimo a Carlos Giménez para que montara la pieza con ella pero Carlos era un hombre un poco complicado, tenía muchos compromisos y él parece que quedó hechizado con la obra pero por fin no la montó, pero sí supervisó un montaje de Vida con Mamá que yo no vi porque vivía en España. Finalmente después de muchos años la pieza la montó Gustavo Tambascio, con el que tengo una amistad preciosa porque después se fue para España cuando yo estaba allá, y con su hermana también, que ya murió lamentablemente, fue una gran amiga.


“Como dijo José Balza, la madre y la hija de Vida con Mamá soy yo.”

"Hija:
Asistí a una fiesta donde tocaba Billo´s Happy Boys.
La gente engullía mucha ensalada rusa.
Madre:
Por un exclusivo afán de conocimiento.
Stalin, el marxismo.
(…)
Madre:
Acaso venga un refugiado político.
(Se escucha un entrecortado tiroteo).
Hija:
Oigo disparos. Otra vez, la policía de esta ciudad.
Madre:
Es la verja del edificio. Al abrirse, suena como un disparo.
¡El refugiado debería ya estar aquí!
Hija:
Continúan los disparos. De noche, en las calles,
hay más policías que prostitutas. Pronto los tipos que se acostaban
con las putas, tendrán que hacerlo con policías.
(…)
Madre:
Esos carteros fueron como honestos críticos literarios:
comentaban las cartas que traían, como si las hubiesen leído. ”

Vida con Mamá, Elisa Lerner,  1975



-     ¿Vio Vida con Mamá su mamá?
-      La vio, sí,  estaba encantada.  Mi mamá fue tan feliz durante los montajes de mis piezas que hubo en ella un gran cambio, una gran cercanía, aunque ella me compraba la revista Billiken en mi infancia,  pero hubo una afectuosidad enorme a partir de que mi madre vio los montajes que hicieron de mis obras.

-  Alguna gente piensa que Vida con Mamá es su vida.
-  Para nada. Tú sabes que una pieza o un libro pueden producir admiración pero también cierta forma de admiración anómala que es la comidilla y la envidia. Si fuera mi vida yo no hubiera podido irme a España, no hubiera podido seguir escribiendo, no podría vivir sola en un apartamento, no podría luchar sola contra un problema de salud terrible que es mi lucha contra la ceguera, que me viene desde muy joven. Pero en realidad ese no es mi problema, mi problema hubiera sido casarme con un señor venezolano  y que yo tuviera que salir a trabajar como una loca y no poder seguir escribiendo. Y tuve la suerte que desde el liceo me encontré con gente muy gentil, con poetas, que me dijeron, incluso mi profesor el Dr. Caldera, que yo era una escritora. El Dr. Velásquez también. Siempre. Yo quería trabajar para la cultura. En los años que estuve en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en  Caracas, trabajé con Eugenio Montejo,  nuestro insigne poeta,  en una revista que iba al exterior y también lo hice en Radio Nacional. Y yo no hubiera podido escribir si me hubiera casado. ¿Tú sabes lo que hubiera sido terrible para mí? Ocuparme de tener dos o tres hijos, de dar clases o de ser abogada en un ministerio o en un bufete para el cual yo no tenía especial talento ni vocación y además ir a por lo menos tres Bar Mitzvah semanales y una boda los sábados, ¿cuándo iba a pensar, cuándo iba a escribir?

-  ¿A su madre y a su  padre no les preocupaba que usted no quisiera casarse?
-  Mira, te diré que  finalmente a mi mamá no le preocupó, finalmente mi mamá entendió que lo mío era la escritura y que yo era muy particular.  Si yo hubiera conseguido un hombre que me apoyara como escritora, como Virginia Woolf que tuvo un marido que hasta le aceptaba sus supuestas aventuras lesbianas, aunque ese no es mi caso, porque no soy lesbiana, hubiera sido estupendo. Siempre me han gustado los hombres pero no hasta el sacrificio de mi escritura, no como una pasión malsana.

¿Usted es religiosa?
- En mí está muy presente la herencia judía pero esta se expresa a través de mi escritura. Yo no soy de mucho hablar.


“Escribir es a veces como un navío que se nos escapa… 
Una victoriosa botella de vino que estalla en pedazos y que no mancha manteles sino algo más arduo e intenso con lo cual nacimos.” 

El país odontológico, Elisa Lerner, 1966
¿Está escribiendo ahora?
- Sí, estoy escribiendo algo.

¿En qué  genero?
- No sé cuál es el género, tú sabes que ahora los géneros… (Duda si contarlo o no). Es prosa.

¿Cuándo lo podrá mostrar al público?
- No, no sé porque no sé cuando lo voy a terminar porque el año pasado estuve muy mal de salud y este año… ojalá lo pueda terminar. Tengo varios años en eso y me doy cuenta que había fallado mucho, que estos años no lograba como la tersura, tú sabes, como si tú te pusieras unas cremas en el cutis y ese no es el tratamiento adecuado.

- ¿Escribe todos los días o cuando se siente inspirada?
- No, escribo cuando la vida me lo permite, porque tengo muchas cosas que a veces que me lo impiden.

- ¿Le cambió la vida ganar el Premio Nacional de Literatura?
-   No, para nada.

- ¿No se le abrieron puertas para publicar más, para que le montaran más obras de teatro?
-   No, no creo. Pero Blanca Pantin  reeditó Carriel por tercera vez, y prácticamente escribí un nuevo libro desde su primera edición que tuvo un prólogo muy lindo de Ramón J. Velásquez. Monte Ávila, que dirigía Alexis Márquez, me publicó un libro de crónicas y después publiqué un pequeño libro con los relatos que escribí en Madrid,  Homenaje a la Estrella y  la novela De muerte lenta, que la terminé en el 2005 pero salió a comienzos del 2007. Pero no creo que nada de esto tenga que ver con haber ganado el premio.

- ¿Con qué genero se siente más identificada?
-  Mira, te voy a decir lo que dice de mí Carmen Ruiz Barrionuevo, que es la directora de la cátedra Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca, una mujer sumamente humana y muy sabia, entrañable, ella escribió un ensayo y dice que en mí hay un plural asedio a la literatura que desborda los géneros. La gente no sabe que yo a los 16 años escribí varios poemas en prosa, no muchos, unos tres y uno salió en El Heraldo, que era un periódico con mucho prestigio en ese momento. Entre los 16 y los 23 años escribí un libro de relatos pero en el camino se perdió. Y comencé a escribir crónicas y teatro y tenía una novela que se desarrollaba en Nueva York. Cuando conocí a Emir Rodríguez Monegal él se interesó en la novela,  yo le leí unos capítulos y me dijo que ahí había una novela estupenda. Pero cometí el error de leérsela a otra persona, porque era como un elogio desmesurado ese comentario viniendo de Rodríguez Monegal para una joven venezolana, y la respuesta no fue buena, entonces me desanimé, no seguí el libro y eso me apartó de la narrativa.  Después, quizá por la muerte de mi mamá, la enfermedad, los cambios en el país, me fui  hacia la narrativa. He publicado un libro de relatos breves y una novela. Hace poco publiqué una crónica de un recuerdo de juventud, de cuando conocí a Ruiz Pineda por casualidad en casa de mi hermana, que era un líder, un hombre muy sacrificado por la dictadura de Pérez Jiménez, un tesoro de nobleza, y esa crónica tuvo un gran impacto. Pero ahorita estoy escribiendo este libro  que se podría decir que es una novela, un relato, una simulación de memoria, no sé lo que es.

- Y no quiere adelantar nada.
- Es que no puedo adelantar nada porque no sé si lo termine, veo que  lo anterior no fluía como  yo quería, en fin, tengo mucha inseguridad. Y tú sabes que los adelantos…

- Siempre son malos.
- Bueno, me fue mal con mi primera novela que quedó trunca.

Usted fue detenida durante la dictadura de Pérez Jiménez.
- Sí, pero eso fue una cosa como accidental, realmente la que fue una gran luchadora contra la dictadura fue mi hermana Ruth y mi cuñado, que murió en diciembre. Pero lo mío fue un accidente: yo había recibido unas cartas que eran muy graves para el régimen, porque un amigo nuestro, desesperado en su lucha contra Pérez Jiménez, no midió que mi casa estaba muy  vigilada. El Dr. Ramón J. Velásquez siempre me dijo: usted de opiniones pero no se complique porque su mamá no está bien y papá estaba enfermo, murió al poco tiempo, y Ruth estaba afuera. Pero sin darme cuenta me compliqué, esas cosas como de locuras de la juventud, pero fue una experiencia tremenda.

- ¿La encarcelaron?
-  ¡No, no! Estrada… yo no sé cómo le hable a Estrada con mucha soltura.

-  ¡¿Pedro Estrada fue el que la interrogó?! (El temido y sanguinario jefe de la Seguridad Nacional)
- Sí y cuando yo vi que el interrogatorio era con Estrada me dije: aquí no me va a pasar nada.

- ¿Por qué?
-  No sé por qué tuve esa intuición. Yo sabía que la casa estaba vigilada hacía tiempo, sentía que algo pasaba con el teléfono, que me seguían unos tipos, fue terrible, terrible, y la noche anterior no pude dormir, fue algo terrible. Y Estrada me dijo: cómo una muchacha bonita, de una familia judía, se  junta con esa gente, los adecos, unos ladrones, no la quieren, cómo va a estar en esto. Y yo tenía un libro de un amigo mío, del grupo de la revista Sardio donde yo comencé a escribir, Adriano González León, que se llamaba Las Hogueras más altas y con ese nombre y con la carátula que era  un poco naranja se podía pensar que era un libro comunista. Y entonces él me dijo: ¿Qué opina usted de Adriano el escritor? Y yo le dije: y bueno, quién va a hablar sobre  las autopistas y yo pienso ser escritora, ¿qué le parece señor Estrada? Y así se mantuvo el diálogo.

- ¿Y la soltaron?
- Me soltaron.

¿Y nunca más la molestaron?
-   Por teléfono me fastidiaban mucho, en la noche sobre todo. Pero afortunadamente me detuvieron en julio  del 57 y ellos cayeron en enero del 58.

-  ¿Quedó aterrada después de eso?
-  Quedé aterrada, sí, por un tiempo nada más, me encerré un poco, no presenté todas las materias ese año. Y yo había recibido  esas cartas porque era difícil decir que no porque la situación del país era difícil y porque tú en la juventud no mides, no haces cálculos porque crees que tienes todo el tiempo a tu favor.
-  Ahora cuando mira a este régimen, ¿hace cálculos?
- Es que me ha tocado de otra forma.
- ¿Cómo se siente con esta realidad?
- De esta realidad lo que más me ha tocado es la enfermedad de mi hermana.
- ¿Y la situación política?
-  Mira… es poco lo que te puedo decir.  Cuando me dieron el Premio Nacional, tengo el orgullo, eso sí, de que dos de los jurados fueron  Eugenio Montejo, uno de nuestros grandes poetas, y Salvador Garmendia, uno de nuestros grandes prosistas, que murieron poco tiempo después, entonces es un premio nacional muy grande para mí. Pero mira, sobre esto…yo prefiero que la gente lea lo que yo escribo.

¡Extraño día que me despoja de los puentes de la ciudad mientras los 
árboles de primavera, todavía, no despiertan el cielo!” 
El vasto silencio de Manhattan, Elisa Lerner, 1963-64

Caracas 13 de mayo 2012
Todos los textos extraídos del libro: 

2 comentarios:

  1. Con admiración manifiesto que cada vocablo que emite Elisa Lerner, es el verso adecuado, para el poema perfecto.

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  2. Vi la obra "Vida con mamá" y estuve mucho tiempo reflexionando sobre mi relación con mi madre. Una maravillosa escritora que debe ser materia obligada en los colegios nacionales.
    Besito, Besito
    Yoyoma

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