El ideal de la
transpostmodernidad acepta y reconoce la adaptación, conciliación y
consistencia de las construcciones sociales del género y de las subjetividades
de la sexualidad. El “mundo inteligente”
de hoy, la sociedad de avanzada inserta la existencia de sujetos centrados y
coherentes dentro de los contextos y las relaciones sociales. El hombre ya no es solo visto como macho, y
la mujer como hembra, existe una diversidad en cada uno de nosotros que
sobrepasa esa línea de la ortodoxia heterosexual o de la heteronormativa; en el
proyecto social moderno como en la práctica social los individuos son mucho más
complejos y sus prácticas menos lineales
y dicótomas que lo que generalmente esperamos o se esperaba. El hombre o mejor dicho la masculinidad no resiste
el examen tradicional de las dicotomías tradicionales, pues son muchas las
miradas que colocan lo “masculino” frente a la diversidad y heterogeneidad de
las subjetividades, tanto así que
hablamos de identidades, sexualidades y múltiples construcciones del género.
Según Wikipedia la masculinidad es…
“un conjunto de características asociadas al rol tradicional del hombre.
Algunos ejemplos de esas características son la fuerza, la valentía, la
virilidad, el triunfo, la competición, la seguridad, el no mostrar afectividad
etc.” (Wikipedia)
Al mismo tiempo existen otras
“masculinidades” distintas a las tradicionales y que son un acumulado de construcciones culturales
nacidas a través de la historia, por las cuales se les asignan a los hombres
ciertos roles sociales propios de su género. En la heteronormativa o la
ortodoxa visión de la sociedad la masculinidad es sólo una y es aquella que se
describe o mejor dicho están coligadas claramente y únicamente con el
patriarcado como lógica de relación y de comprensión del universo, donde el
varón u hombre es el género predominante en la condición humana.
Esta masculinidad es conocida
también como masculinidad hegemónica o machismo y es tan antigua como la misma
escritura o anterior a ella. Esta postura antropológica del hegemonismo
masculino se fundamenta o tiene sus orígenes en la superioridad del hombre
principalmente en el hecho religioso o dogmático de Dios-Hombre, así desde un
principio el macho o varón es dueño y señor, ley y justicia, fuerza y poder, y
por lo tanto los roles característicos que se les asigna a la masculinidad
hegemónica están la virilidad, caballerosidad, superioridad, fortaleza, templanza,
competición, inteligencia, entre otros,
conllevando a una división social del trabajo desigual donde el hombre tiene un
lugar en el mundo asociada a la fuerza de trabajo y la mujer al de la
reproducción.
La controversia sobre la
masculinidad hegemónica o machismo nos conduce ante el dilema de definir si en
las relaciones sociales existen diferentes masculinidades o si no son todas revelaciones
de lo mismo. Pero el machismo es siempre
el mismo, la masculinidad hegemónica es la misma del hombre dominante a la del
hombre dominado, lo que encontramos no es otra cosa que las mismas manifestaciones de la hegemonía
del género masculino, esas mismas
manifestaciones que se sobre imponen a la mujer por su género y por su posición
social atravesando todas las categorías sociales. El macho rico domina a la mujer rica como el
macho pobre domina a la mujer pobre, el macho blanco domina a la mujer blanca
como el macho negro domina a la mujer negra… y así sucesivamente… el macho
domina y maltrata al más débil.
No obstante las ideologías
masculinas son sólo construcciones epistemológicas, cognoscitivas y discursivas dominantes en las sociedades que
se estructuran sobre la base de relaciones irregulares entre los géneros. Según
la filósofa y feminista Moira Gates las categorías son socialmente construidas
y no existen independientes del sujeto; poseen un contexto primordialmente
cultural e histórico; la cultura etiqueta el cuerpo y crea condiciones en que
ese cuerpo vive y se recrea.
Así desde que nacemos se nos
enseña cómo deben comportarse los niños, pues la sociedad espera que tanto los
niños como los hombres seamos valientes, atrevidos, osados, fuertes y no
debemos manifestar debilidad física ni emocional, desde la más temprana edad
por ejemplo se nos dice que “los hombres no deben llorar”. Igualmente debemos
demostrar superioridad física en los deportes aunque no sean de nuestro agrado,
por ejemplo el padre que obliga al niño al practicar el futbol o beisbol,
karate o lucha libre, porque la práctica de un deporte es de macho, de hombres,
y por lo tanto la masculinidad debe ser demostrada, ser “ganadores”, y en esa
necesidad “inventada” de probar que somos hombres “machos” va creando en muchos
para no decir todos una ansiedad que
dura toda nuestra existencia, y es peor aún este desafío para nosotros los
homosexuales que vivimos insertados dentro de la heteronormativa o de
sociedades altamente homofóbicas.
Muchos hombres para tapar su
ansiedad desarrollan conductas masculinas exageradas pero realmente esconden
miedos e inseguridades a no ser vistos como hombres reales y otros porque
realmente son homosexuales y temen ser descubiertos. En la sociedad de la
heteronormativa se nos ve (a los
homosexuales) como que no somos verdaderos hombres, creando sentimientos de inferioridad o de que hay
algo malo en nosotros. En la cultura occidental el ser hombre es una ventaja pero no lo eres
hasta que no lo pruebas: debes ser deportista, tener varias mujeres, por lo
menos pelearte y caerte a puños una o dos veces y por supuesto haber salido
triunfador.
En las culturas altamente
homofóbicas y machistas ser homosexual es no ser hombre y por lo tanto los gays
aunque se sientan hombres son tratados como seres inferiores como muchas veces
son tratadas las mujeres, por lo tanto a estos hombres gays se le hace tan
difícil salir del closet y prefieren construir una personalidad falsa para no
verse rechazados por sus familiares y disminuidos por la sociedad imperante,
muchos de estos hombres terminan cansándose y teniendo hijos, llevando una
doble vida que por lo general termina en el quiebre familiar, el alcohol o la
droga, o simplemente en manchar más la imagen de la homosexualidad dentro de la
sociedad, pues de seguro la culpa es absorbida y achacada al gay y no a la misma sociedad que lo lleva a
mentir y llevar esa doble personalidad.
De igual manera las sociedades
machistas, falocentristas y de la heteronormativa que restringe las manifestaciones no heterosexuales, al
mismo tiempo se alimenta de la fuerza del dominio de las masculinidades
subordinadas, entendiéndose estas últimas a “aquellas que no cumplen con el
paradigma tradicional del dominio y la opresión”… (Ramírez, R. L. & García
Toro, V. I.; 2002).
Las masculinidades subordinadas o
mejor dicho aquellas masculinidades no tradicionales – a pesar que han existido
desde mucho tiempo – es hoy día que son más tangibles y son el producto de los cambios sociales que eclosionaron en
el siglo pasado. Estos procesos de cambio y transformación pueden percibirse en
la diversidad de formas en que los hombres nos hacemos hombres en la
actualidad. Asimismo podemos observar
los cambios en el resultado de esas construcciones que dan principio a todos las
gamas de lo que se significa como masculino o lo que significa ser “hombre”: el
homosexual, el metrosexual, el hombre aborigen, el hombre pobre, etc.
Como dijimos antes, existen
masculinidades hegemónicas, como los blancos, heterosexuales, ricos y
masculinidades marginadas, como los GLBT, pobres, afro, indígenas y otros. La
resolución dominante establecía la identificación del hombre como la expresión
de un solo modelo y de una sola concepción. En la actualidad, observamos que la
masculinidad no es una sola sino que existen muchas, determinadas por el
momento histórico, por la cultura, por la forma de la sociedad. Desde la pauta
sociológica y la Antropológica, cada sociedad dispone de un modelo predominante
de masculinidad, al cual tratan de ajustarse los distintos tipos de
masculinidades existentes en una sociedad y en el momento histórico definido.
La homosexualidad como un tipo de
masculinidad marginada y subordinada, trata de establecer sus reivindicaciones
sociales, el respeto a sus derechos como seres humanos y ciudadanos, no
obstante grupos de la hegemonía machista y de la heteronormativa mantienen su
discurso racista, homofóbico y de altos niveles de violencia como una forma de
probar su identidad, defendiendo su masculinidad excluyendo a los otros y
reforzando el fundamentalismo heterosexual, religioso y de las estructuras
inequitativas de la sociedad patriarcal.
Homosexualidad… ¿otra forma de
ser hombre?
La mayoría de los hombres
construyeron su identidad sexual basándose en la masculinidad hegemónica y
heterosexual ya que durante mucho tiempo fue tomada como el único referente
social. A esta masa de hombres, y por qué no también de mujeres que defienden
la masculinidad hegemónica, le enseñaron que el amor no era posible entre dos
seres del mismo sexo y durante muchos siglos, el hombre que deseaba a otros
hombres era visto como la negación del masculino, era asociado a la mujer, que
era considerada como el lado débil de la especie humana.
La homosexualidad, en la
ideología de la masculinidad hegemónica, patriarcal y de la heteronormativa, está
considerada como una enfermedad, una desviación
sexual que amenaza la estabilización de la división sexual y de la vida.
La masculinidad hegemónica, no sólo ha sido ejercida durante siglos por los
hombres es también construida por las mujeres, ya que tiene que ver con el
ejercicio de las formas aprendidas socialmente de ser hombre y de ser mujer. En
los años setenta del siglo pasado con los diferentes movimientos de liberación
sexual y el feminismo han contribuido a disminuir la fuerza de la masculinidad
hegemónica y a fortalecer a su vez con las nuevas formas de masculinidades.
Pero es a partir de los ochenta
que los estudios sobre homosexualidad y en los noventa con las investigaciones
sobre las diferentes masculinidades que empiezan a verse desde otra perspectiva
más positiva las nuevas formas de ser hombre y comienza a romperse la
masculinidad hegemónica como un ideal de masculinidad.
Simone de Beauvoir nos decía ya
en 1949 con su obra “El Segundo Sexo” que “la mujer no nace, se hace”… (De Beauvoir, Simone; 1981), esta afirmación en la actualidad
se hace extensible a la construcción de la masculinidad, a la idea de que
también el hombre se convierte en hombre mediante toda una serie de
convenciones sociales que convergen en una ideología de la masculinidad contrapuesta
a su Otro, la mujer, al mismo tiempo con las variaciones que han ocurrido en
los últimos siglos es patente que las diferentes masculinidades hayan
aparecido, mutado, cambiado, progresado, disminuido, pero principalmente
variado en una gama de formas de ser hombre y ser mujer para terminar con el
binarismo absurdo del macho-hembra o mejor dicho el binarismo o bipolarismo de
la heterosexualidad y la heteronormativa.
En el mundo de la
transpostmodernidad, cada vez más democrática, más libre, los hombres están
reivindicando la valoración de modelos masculinos no hegemónicos. Y aunque
todavía existen el machismo y la supremacía socio-cultural del Hombre sobre la
mujer y los homosexuales, algunos hombres (muy pocos) junto con las feministas
y homosexuales están reclamando y exigiendo una masculinidad igualitaria y no
hegemónica. Es decir que todos por igual tengamos los mismos derechos.
El Hombre, lo Masculino y el
Cuerpo del Deseo Homoerótico.
No se puede borrar, eliminar,tapar u
olvidar que el cuerpo es el símbolo personal y social de la identidad. Es a través del cuerpo como alegoría o
símbolo que la masculinidad representa su heterogeneidad y variedad de
manifestaciones corpóreas. El cuerpo
masculino no es solo una conformación de lo biológico sino objeto y lugar del
ejercicio del poder.
De esto da cuenta el hecho de que
algunos cuerpos son más visibles que otros, más aceptados, más llamativos, más
celebrados y por lo tanto más deseados.
El cuerpo heterosexual saludable ocupa el espacio del deseo hegemónico
en contraposición de los cuerpos excluidos representados socialmente como los
cuerpos enfermos, envejecidos o que realizan conductas que son socialmente
rechazadas. Así los cuerpos atléticos y fuertes, son los más buscados y
deseados tanto por las mujeres como por los hombres gays; y en esa inmutable
línea entre la hegemonía heterosexual y la resistencia del deseo homoerótico,
los hombres gay en el deporte a pesar de que cumplen con todas las normas de la
masculinidad (menos la sexualidad), son suprimidos porque amenazan la habilidad
o la capacidad del deporte de reproducir la hegemonía masculina.
El cuerpo masculino es el medio
por la cual se construye el deseo, y ese deseo responde no únicamente a los
aparatos biológicos sino al contexto social y a los significados culturales que
se atribuyen al cuerpo y sus manifestaciones.
Ese cuerpo y sus deseos se definen en realidad por el contexto y no por
su esencia. Es sabido claramente la
influencia del contexto social cuando se describe que hombres homosexuales
versátiles en su comportamiento sexual asumen un rol pasivo cuando perciben a
su pareja sexual como más masculina basándose en su apariencia de más agresivo,
más alto, con el pene más grande, más atractivo o de tez más obscura. Es la relación con el otro lo que conforma el
deseo y construye la masculinidad y sus expresiones eróticas.
Con lo anteriormente dicho tampoco quiero
afirmar o asegurar que todos los homosexuales que tienen cuerpos atléticos y
altamente masculinos (musculosos, peludos, u otras características del macho
heterosexual) sean exclusivamente activos o que los hombres gays que tengan
cuerpos más afeminados o “redondos” o curvos sean exclusivamente pasivos, existe
una alta pluralidad de gustos y formas de ser y hacer el amor y el sexo, pero
el cuerpo del deseo homoerótico corresponde en su mayoría a los ideales del
ideal clásico masculino y de la heteronormativa.
Más allá del estereotipo que
plantea las relaciones entre los hombres dentro del contexto del binomio de
género, el homoerotismo o las relaciones homosexuales son mucho más complejas;
para muchos heterosexuales los hombres machos son los que penetran a los
hombres afeminados y por lo tanto los homosexuales son aquellos que se dejan
penetrar mientras que los activos siguen siendo hombres. Pero claramente eso no
es así, la diversidad dentro de la homosexualidad es mucha y dentro de una
habitación pueden pasar muchas cosas. Existen homosexuales muy “machos” que les
gusta ser penetrados por homosexuales afeminados, travestidos, o por hombres
tan “machos” como ellos, igualmente existen hombres afeminados que quieren son
activos y pasivos con sus iguales e igualmente con los hombres muy “machos” que
buscan a sus iguales para mantener relaciones eróticas donde se intercambian
los roles.
Muchos estudios etnográficos
arrojan que en ciertas culturas los hombres que mantienen relaciones eróticas
con otros hombres que asumen el rol de mujer siguen siendo hombres mientras
ellos tengan el rol de activo como es el caso de los hombres que mantienen
relaciones sexuales con “Muxes” en México. En algunas tribus de Centroamérica,
más específicamente en Costa Rica, la masculinidad se privilegia con su
manifestación imaginaria de que los hombres “penetran” y que los homosexuales
son “penetrados”. Y por lo general, en los pueblos, zonas rurales y marginales
de toda América Latina los estudios, los encuestados u hombres sometidos en las
investigaciones insisten en su
masculinidad (al ser penetradores)y en su personal construcción de lo femenino en
el “otro” (al ser poseídos o penetrados).
En las grandes urbes la diversidad
de las relaciones homoeróticas son mayores y los encuentros sexuales no se limitan a los
estereotipos imaginarios de la heteronormativa, o la la ideología castrante de
la bipolaridad hombre-mujer o macho-maricón; los homosexuales u hombres gays de
las grandes ciudades al aceptar más fácil su sexualidad no tienen los tabúes,
miedos y prejuicios de las sociedades rurales y marginales, y sus relaciones o
actividades sexuales no son tan limitadas, claro existen sus excepciones, por
ejemplo el gay que no quiere ser reconocido como pasivo por miedo a la
estigmatización de ese rol dentro y fuera de la comunidad LGBT que aún es mal
visto.
Un hombre puede ser en su
exterior, o tener las características de la masculinidad desde el punto de
vista de la heteronormativa o la masculinidad hegemónica, sin embargo puede ser
el hombre más gay de todos. Igualmente un hombre con rasgos femeninos en su
interior puede ser el más macho o heterosexual de todos. En el mundo existe una
variedad de formas de entender la sexualidad humana y de entenderse a uno
mismo; las masculinidades, así como las femineidades van surgiendo, creciendo,
aumentando y dividiéndose en la medida que la bipolaridad o binarismo sexual
hombre-mujer deja de ser una norma única.
Butler, Judith.
Cuerpos que importan: Sobre los límites materiales y discursivos del“sexo” / Judith Butler. -- Buenos Aires : Paidós; 2002.
De Beauvoir, Simone.
El Segundo sexo. – Madrid : Aguilar, 1981. – p. 247.
Ramírez, R. L. & García Toro,
V. I.
Masculinidad hegemónica, sexualidad y
transgresión / R. L. Ramírez y V. I. García Toro. – S.J. de Puerto Rico: Centro
Journal; 2002. -- 14, 5-25.
Toro-Alfonso, José.
Masculinidades y Homosexualidades:
La Emancipación de la Norma y la Resistencia del Deseo / José Toro-Alfonso y
Nelson Varas Díaz. – San Juan de Puerto Rico : Universidad de Puerto Rico; (2005?).
Fuentes de internet.
Por Félix Esteves