El silencio había lanzado su
grito y pobló la habitación con su presencia, poco a poco las respiraciones se
paralizaron entre tanta algarabía de piel, saliva, sudor y semen. Quise gritar
tu nombre, pero no pude, vi en tus ojos el mismo deseo, pero te fuiste más allá
de lo que anhelabas, de lo que yo esperaba, vi después la muerte dibujada en tu
boca, tus pupilas se apagaron como moribundas luciérnagas en la inmensidad de
una oscura noche, mi corazón volvió a latir y mi respiración revivió al sentir que tu aorta ya no latía, que
tu aliento ya no empañaba la calidez de mi cara… te habías ido y para siempre…
aun cabalgando sobre tu inerte cuerpo… tú, apetecido cadáver... quise
decir tu nombre y no lo dije... no pude repetir tu nombre, como tantas veces lo había
hecho cuando en el frenesí de nuestro amor llegábamos a explotar como
supernovas… me guarde tu nombre, lo atesore entre mis labios, y cuando me canse
de sostenerlo, lo hice un lamento de amor.
Por Félix esteves