Salieron alas de su espalda, sus cachetes se tornaron más rosados de lo común, su cabello liso se rizó como por arte de magia… ahora estaba con él, siempre lo había soñado. Recuerda que desde muy pequeñito, veía la bella figurita del niño en el pesebre y deseaba conocerlo en persona, trataba de permanecer despierto toda la nochebuena pero el sueño lo vencía; esta vez era diferente, el niño había crecido y brotaba sangre de su frente que estaba coronada con espinas, sus manos también sangraban, pero sus ojos eran dulces, de perdón y de paz. Se tomaron de la mano y prosiguieron su camino.
La lluvia caía con furia y en aquella cama del hospital el jovencito parecía mirar el cielo llorar, pero sus ojos sin vida y fríos como el cristal de la ventana solo reflejaban la tristeza de la tarde y la sombra de la muerte al pasar.
Por Félix Esteves
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