miércoles, 19 de mayo de 2010

EL AULLIDO DEL DIABLO


La noche se detuvo. Se eternizaron las sombras y, misteriosamente, no salió más el sol. Una espesa niebla lo cubrió todo y ya no éramos capaces de reconocernos ni siquiera por la voz, porque la niebla era tan densa que había cambiado el desplazamiento del sonido, las ondas sonoras se desquebrajaban antes de llegar a su destino, la acústica no era la misma y todo sonaba igual. Aterrado por no ver a mis congéneres y por no reconocerles ni siquiera por sus voces, me dediqué a probar, a experimentar con el sonido del miedo... Me apoderé como pude, en aquella inmensa oscuridad, de un punzón, y empecé a clavarlo a todo aquello que podía detectar, que se moviera en las tinieblas. Entonces descubrí que los sonidos cambiaban, unos eran agudos alaridos, algunos eran susurros lastimosos, como un llanto ahogado, otros ecos guturales, reverberaciones velares como los fonemas de la k y la g. Ningún sonido del miedo y de terror se confundían, cada uno era distinto y entonces me pregunté que cómo sería mi voz frente al terror y la cercana muerte. Empecé a preludiar y ensayar con mi cuerpo; el filo del punzón atravesó primero mis muslos, y no emití sonido alguno. La reacción muda acrecentó mi morbo y, con frenesí violento y placentero arrebato, profané todo mi cuerpo...

Tendido en el piso aún sin emitir sonido alguno; ni siquiera el murmullo de un cansado suspiro salió de mi boca... En ese instante reconocí que había sido un instrumento del mal; entonces mi garganta expulsó un grito de extremo temor y así, descubrí muy tarde, el aullido del Diablo.
Por Félix Esteves

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