La eyaculación fue tan violenta como su muerte y mientras el cuerpo se balanceaba como péndulo el líquido blanquecino cayó sobre la tierra que la recibió cual lluvia esperada en el caliente verano. Al tiempo germino una planta extraña que da flor cada veintiocho noches y en todos los plenilunios aquella flor se convierte en una mujer de lechosa piel, transparentes cabellos y ojos diamantinos que vaga en las noches alimentándose sólo con el último frenesí de los hombres sentenciados a muerte y en el éxtasis convulsivo del amor postmortem la mandrágora riega su semilla poblando la tierra de las minúsculas esperanzas de los malditos y los condenados.
Por Félix Esteves
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