viernes, 22 de octubre de 2010

DAMASCO, DAMASCO, DAMASCO.

Érase una vez un niño que viviendo en cálidas tierras tropicales y que a pesar de la belleza de su país con caballos corriendo por las verdes llanuras, con inmensos morichales que bailan con los cuatro vientos, con picos nevados que tocan los cielos, con desiertos rojizos como los labios de un amor eterno, con azules aguas que celan las ninfas y sirenas de otros reinos, el niño soñaba con odaliscas de otros tiempos, con camellos de largas patas que arrastran su carga de oro por las arenas del Medio Oriente, con sultanes y príncipes luchando contra los sortilegios y hechizos de un genio de kandora blanca y hatta de seda oriental y lino de Alejandría… ahora es un hombre y a pesar de que es el presidente de su hermoso pueblo, aun mantiene su extraño delirio y su extravagante sueño de la infancia, y grita dormido y también despierto: “Damasco, Damasco, Damasco, como te quiero”… y en su pensamiento onírico se cree el Ulema, Príncipe de Persia, Emperador de Oriente, con miles de esclavos que le aplauden porque le temen a los designios y a su furia… “Te amo Damasco… te amo”… repite en su desvarío, en su narcosis por los aplausos que resuenan como tambores damasquinos, mientras en su tierra su pueblo tristemente se muere de hambre y de pena.

Por Félix Esteves

2 comentarios:

  1. Excelente, el pueblo también, se muere de tristeza al ver como el mañana se perfila como una nube gris cargada de malos presagios

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  2. Cruento, conciso, explosivo, de un realismo tal del que no podemos escapar.
    Beatriz Iriart
    City Bell, Argentina

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