Con tus lentes oscuros en la noche me entregue a ti sin saber
quien eras. Se volaron mis pudores y mis cerraduras, tu mirada incierta fue de
fuego, yo fui yesca. Quise ver tus ojos mientras me poseías, mirarme en tus
pupilas, ver mi reflejo yaciendo de placer, quise besar tus labios pero así
como te negaste a quitarte los lentes me privaste de tu boca que permanecía
inmutable, era yo sólo el que gemía, el que jadeaba, el que gritaba, el que suplicaba
“piedad” y rogaba por más. No sé cuánto tiempo estuvimos haciendo el amor, apenas
se que después de media hora ya estaba extasiado, mi cuerpo entonces no era mío, era
tuyo, completamente tuyo. Tú seguías explorando mis rincones, mis esquinas, mis
montículos y mis cuevas, no hubo nada de mí que se salvara de tu hambre, pasaron
varias lunas y seguías ultrajándome, quería parar tu lascivia, pero ya no era
yo, era como un muñeco a la cual tu jugabas a tu antojo, me convertiste en
trapo, en suciedad, en piltrafa… Por fin acabaste y una inundación fría me
pobló por completo. Te mire mientras me ahogaba en tu seminal líquido que me
llenaba por dentro y al mismo tiempo me cubría. Te aletargaste y aproveche en
ese instante con la poca fuerza que me quedaba arrebatarte los lentes oscuros,
dos cuencas vacías y profundas aparecieron y como en un abismo me vi cayendo en
ellas, entonces reaccionaste y por fin tu boca se abrió y tocaron mis labios
que se abrieron más por el susto que por recibir tu aliento, una lengua bífida,
seca, escamosa se introdujo y expulso sus gusanos que desde entonces viven conmigo.
Desde aquellas noches no te veo. Ya no duermo, tus gusanos encuban por todo mi cuerpo, y van brotando nuevos gusanos de mis entrañas, de mi piel, por todo mi cuerpo; los he aprendido a querer y en las noches voy al cementerio a desenterrar
cadáveres frescos para alimentar mi gusanera.
Por Félix Esteves
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