Lo dijo cuando la entrevista había finalizado y tomábamos té con masitas
en la acogedora cocina de su apartamento caraqueño. “
Elisa, me acaba de
regalar el titulo de la entrevista” le dije emocionada. “Es de la novela
que estoy escribiendo, pero se lo presto” respondió con una sonrisa la
escritora, ensayista y dramaturga, Premio Nacional de Literatura 2000.
Pero no comenzamos hablando de su nueva novela, una hora antes, sino del
elogio de
Julio
Cortázar a su monólogo “La mujer del periódico de la tarde” (1976):
“¿Hijos? No. No tengo. Mi negligencia, mi descuido, mi distracción no
me ha permitido tenerlos. Pero, ahora, cuido de cada arruga de mi rostro
como de un hijo. ¡Y en qué madre prolífica me he convertido! Por supuesto,
el máximo desaliño ha sido arribar a los cincuenta. (…) Pero, últimamente,
estoy albergando la convicción de que los productos de primera, en el
rostro de una mujer de cincuenta, se vuelven de segunda.
(…) Untándole un poco de petróleo a mi crema Ponds me siento
mucho más nacionalista. (…) Para una, la inflación comienza
después de los cuarenta. Cómo se ponen, entonces, de caros los
hombres.”
- El escritor Julio Cortázar escribió una carta elogiando este
monólogo.
- Sí, en una carta que él no me envió a mí sino a una
muchacha,
Susana
Castillo, que era profesora en la Universidad de California y venía mucho
aquí porque escribió varios libros sobre teatro venezolano. En el año
1979 ella le mandó a Cortázar mi monólogo y él le escribió y le
dijo: “No dejes de decirle a Elisa Lerner que me gustó muchísimo su
monólogo”. Yo he hecho referencia públicamente a esta carta pero nunca la
he publicado porque no era una carta para mí.
- A los 11 años usted le dijo a su padre que quería ser
escritora. ¿Cómo supo siendo una niña lo que quería ser?
- Porque a mí me iba muy bien en la escuela con las composiciones,
siempre era la mejor y eso no era fácil porque yo tenía compañeras que
eran brillantes, muy inteligentes, como Marianne Khon Becker. Por eso yo
creo que la escritura es un don.
- ¿Leía mucho de niña?
- Sí, en las vacaciones leía muchísimo y esas eran como
mis vacaciones, la lecturas. Y por otro lado yo tenía una hermana, todavía la tengo
pero está muy enferma, mayor que yo, Ruth, que estaba llena de luz.
Ella fue una persona muy importante aquí en Venezuela, fue ministro de
educación, embajadora en la Unesco… Pero continuando con el relato, lo
importante para mí es que ella estaba llena de luz, de una felicidad de vida
durante nuestra infancia, nuestra adolescencia, como si ella estuviera de
primera en el camino.
- ¿Su hermana también escribía?
- No, si ella hubiera querido hubiera escrito muy bien, porque yo
leí un trabajo que hizo en la primaria sobre un clásico español y era una
maravilla la fluidez de su escritura. Pero ella decidió declamar porque había
nacido en Europa, en cambio yo nací en Valencia y me trajeron aquí a los 3 años
y nuestra mudanza coincidió con la muerte del general Gómez. Yo me enteré
esto que le voy a contar cuando leí una larga entrevista que le hicieron
a mi hermana: como ella llegó a Venezuela de 3 años y medio no dominaba el
idioma y aunque era una niña preciosa supongo que las niñas le harían mofa o
algo así porque no hablaba bien el español. Entonces un día ella se paró en la
plaza Bolívar de Valencia y comenzó a decir poemas, ella tenía un gran talento
para decir poemas de una manera especial, no de esa manera solemne como lo
hacían las declamadoras profesionales de la época. Y entonces,
gracias a mi hermana, yo escuchaba los poemas más hermosos de ese tiempo,
Lorca, Antonio Machado y Rubén Darío, siempre Rubén Darío, sus largos poemas…
Mi hermana también declamaba a las grandes poetas sudamericanas y como ella
tenía que aprenderse de memoria cada poema, yo estaba allí y la escuchaba una y
otra vez. Y entonces me acostumbre al ritmo del idioma, del castellano. Por otro
lado mi madre era de lengua alemana y había hecho el bachillerato en
Czernowitz, una ciudad muy importante que había sido como el último bastión del
imperio austrohúngaro, y mi padre era de Nova-Solitza, una pequeña
población en la frontera que algunas veces fue rusa y cuando él vino para acá
era rumana. Y mis padres nunca llegaron a hablar un español académico. Mi
madre me hablaba y cantaba canciones en alemán cuando yo era muy niña, por
ejemplo para que yo me bebiera la leche que no me gustaba. Pero llegó un
momento en que dejó de hablar alemán y de cantar canciones, y eso sucedió
cuando llegó el nazismo.
- ¿Su madre renunció a su idioma materno a causa de la guerra?
- Sí, lo hizo por respeto a mi papá que era más religiosa que
ella en el tema judío. Porque ella hablaba en alemán con otra gente, pero no en
la casa. Y entonces a mí me quedó como una añoranza, una doble añoranza de
haber perdido un idioma sin haberlo aprendido. Y por otro lado quería hablar un
español correctísimo porque mis padres nunca llegaron a hablarlo bien. Mi madre
siempre leyó la prensa venezolana y mi padre hablaba un español fluido por el
mundo del trabajo, de la calle y Caracas era una ciudad muy cordial, muy
abierta con los inmigrantes. Y todo eso fueron varios factores: haber perdido
un idioma antes de haberlo aprendido; pensar que yo nunca iba a poder, esto fue
inconsciente, manejar un idioma con la perfección que lo podían hacer otras
cuyos padres siempre habían hablado español y, al mismo tiempo, la
paradoja de que yo siempre estaba escuchando el idioma a través de los poemas
que declamaba mi hermana.
- ¿No le producía angustia querer ser escritora si pensaba que
no hablaba bien el español?
- No, al contrario, me producía una enorme felicidad, porque a mí
me iba muy bien en la escuela escribiendo y eso me producía una gran seguridad,
lo que no tenía era seguridad sobre lo que iba a escribir. Y nunca me pasó por
la cabeza pensar que yo no era una niña rica y que en Venezuela estaba muy
claro que sólo… esa era una tradición venezolana, que cuando un escritor venía
de una familia rica, o él mismo podía haber sido exitoso y había podido ganar
dinero porque le había sonreído la suerte, entonces tenía como el camino
abierto para dedicarse a la escritura y publicar. Ese fue un problema que a mí
no se me planteó en ese momento, yo le dije a mis padres “voy a escribir” y lo
hice el día en que me regalaron unos zapatos que tenían unas trencitas y me
pareció que eran los zapatos de una escritora profesional. Entonces me vi como
en la marcha, con esos zapatos, para un largo camino hacia la literatura.
- Usted cuenta en unas de sus crónicas que su padre le regaló una
pluma Parker cuando le dijo que quería ser escritora.
- Sí, pero eso no fue a los 11 años cuando se los comuniqué
por primera vez sino en mi adolescencia.
- ¿Y su mamá que dijo?
- Mi mamá no dijo nada. Mi mamá era la autoridad y mi papá
era el sueño, la complacencia, el cariño. Mi mamá era… yo creo que pude pensar
en cuartillas limpias porque tuve sabanas limpias, una lencería feliz en mi
infancia, un orden, una comida.
- Cariño.
- Una buena comida es una forma de cariño. Las cosas que mi
madre nos brindó eran muy difíciles en la Venezuela pobretona en la que yo
nací, yo me di cuenta después porque de esas cosas no se hablaban, yo tenía muy
poca relación con las niñas en mi escuela para saber que lo que mi madre nos
daba no era tan común.
“En realidad esta cuestión de los zapatos es uno de los temas más
apasionantes en una democracia: deslinda izquierdas y derechas. Zapatos de
tacón bajo o sin tacón, siguen una línea izquierdista. Porque el tacón
bajo, o sin tacón también, está pegado al suelo. Ahora bien, los zapatos
de tacón alto, Luis XV, por ejemplo (la Bella mira con cierta inquietud sus zapatos: son de tacón Luis
XV), giran hacia la derecha. Se alejan de la realidad, del
suelo. (…) Pero lo más político es ir al zoológico. Conocí a un militante
que me invitó un domingo a un zoológico que ha propiciado Pro
Venezuela: todos los animales de ese zoológico son nacionales. Allí
no priva la constante universal.
Pues bien, fue algo muy lindo: vi por igual monos y
dirigentes.”
Una entrevista de prensa o La Bella de Inteligencia, Elisa Lerner, 1960
-¿Usted era tímida?
- No, no, yo no era tímida.
- ¿No se
relacionaba con las otras niñas porque había antisemitismo?
- ¡Para nada! Nosotras éramos las más queridas, Marianne y yo
que estudiábamos en el mismo salón y Dita, su hermana que era más joven,
era queridísima porque tenía una personalidad arrolladora, era muy simpática,
tenía mucho humor, una gran vitalidad y era muy solidaria, generosa.
- Como es ahora.
- Como es ahora, sí. Te voy a contar una anécdota de Dita. Nosotros
recibíamos el diario El Nacional, que era un diario importante, y
lo sigue siendo; era un diario muy literario, muy esperanzador, porque lo
habían fundado gente que había adversado a la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Y ese era un momento en el que se estaba librando una gran batalla contra el
nazismo y se pensaba que Venezuela se iba a adentrar en la democracia, era un
momento en el que había fiebre de ideología en el mundo. El Nacional estaba
a favor de la república española, así que también escribían exiliados españoles
que vivían aquí. Así que, junto con los libros, ese periódico me infundió a mí
mucho estímulo para pensar que yo alguna vez podría escribir en algún
periódico. Allí escribía una escritora joven, Ida, que escribía unos reportajes
preciosos.
- Sí. Entonces yo leía los reportajes de Ida y decía: bueno, a lo
mejor yo alguna vez puedo llegar a escribir…Claro, esto me lo decía en mi
interior y muy dubitativamente, porque yo a nadie le decía que quería ser
escritora. Se lo había dicho a mi papá y él se sonrió y pensó que era como un
sueño de niña.
- ¿Y la
anécdota cuál es?
- Todos los domingos yo recibía el diario, que lo llevaba un
pregonero. En las casas del Centro, donde nosotras vivíamos, había un
zaguán y a primera hora de la mañana él dejaba allí el periódico. Los domingos
el diario tenía el Papel Literario donde muchas veces, en la página central,
había un reportaje de Ida Gramcko. Un día, yo tendría unos 11 años,
llegué a la escuela llorando a lágrima viva y Dita me preguntó por qué
estaba llorando de esa forma estrepitosa y yo le dije que era porque no había
podido leer el reportaje de Ida porque el pregonero no me había dejado el
periódico. Al día siguiente Dita se apareció con el diario y me lo regaló… ¡y
ella también lo coleccionaba!
- ¿Pudo conocer a Ida Gramcko?
- Sí, con el tiempo yo llegué a ser como parte de su familia porque
Ida escribió en
La gruta venidera, un libro que
Elizabeth
Schön publicó cuando yo estaba saliendo de la adolescencia. Yo quedé
tan fascinada con este libro que una vez me la encontré caminando por la plaza
Bolívar, ella iba con Silva Estrada y se lo dije, y Elizabeth Schön, sin
ser amigas, me lo regaló. Y ese libro, igual que los reportajes y los poemas de
Ida, para mí significó muchísimo, ella para mí fue una influencia.
- ¿Mas que Ida? ¿O diferente?
- Diferente. Ella fue muy importante para que yo
escribiera mi primera pieza, “La bella de inteligencia” pero no sólo eso, fue
una gran amiga, una gran consejera, fue como una tía joven o una hermana mayor,
mayor que mi hermana Ruth. Fue una mujer muy sensible, muy sensata, muy
protectora, muy prudente. Cuando yo vi a la Reina Sofía en España, la beatitud
de su sonrisa, me acordé mucho de Elizabeth porque ella tenía las maneras
de una reina silvestre en su jardín de Los Rosales. Yo no sé cómo ni dónde
ella, que creo que no terminó la primaria pero sí fue a unos cursos de
filosofía, pudo adquirir esa sabiduría en la vida, esa diplomacia admirable.
Nunca hubo quejas ni pequeñeces con ella, y lo digo porque es verdad. Ida
también fue una mujer muy discreta pero Ida era más tormentosa, sus estados de
ánimo.
- ¿Cuándo
conoció a Ida?
- En mi infancia, yo era una niña de 11 o 10 años y fui
con mis padres a la Unión Israelita askenazí a un agasajo a León
Felipe, el poeta español. Yo no entendía nada, porque él decía sus poemas y yo
veía que todo el mundo lloraba, como diciendo que era un mismo exilio y que él
también, por llamarse León Felipe, también venía del exilio judío. Allí
yo vi hombres, que en el día eran duros negociantes, con lágrimas. Y cuando
terminó el acto, que era en una casa, veo a Ida Gramcko en el comedor, la
reconocí del periódico y le pedí un autógrafo. Ella me lo dio pero encontré
como una gran frialdad, como cierta soberbia… no hubo ningún acercamiento hacia
esa muchachita que la admiraba.
- ¿Y
después?
- Después me la encontré en mi adolescencia cuando ella
llegó de la Unión Soviética, en donde había sido encargado de negocios en la
embajada siendo muy joven, era su momento de brillo, los 40 y 50 fueron su
momento de más brillo, lo que pasa que le tocó durante una dictadura militar.
Yo iba al Venezolano-Francés, muchas veces con Román Chalbaud y a veces sola
porque me quedaba cerca de mi casa… bueno, no tan cerca, porque yo vivía en la
zona alta de San Bernardino. Pero bueno, era una adolescente y tomaba un
autobús y caminaba hasta Los Caobos y Caracas era una ciudad segura, era
una ciudad más pequeña, y encontraba allí a Ida. Y ahí comencé un diálogo con
ella, le dije que yo guardaba sus artículos y ella me dijo que era una
cursilería, o algo así. Pero después se fue creando una especie de amistad no
pactada, y cuando ella publica Poemas, que es su gran y famoso
libro, yo me la encuentro un día en un autobús en San Bernardino, porque ella
vivía en la parte de abajo, entonces me ofreció su libro. Lamentablemente yo
tontamente le dije que me lo había regalado una amiga y ella quedó fascinada
porque yo estaba encantada con su libro.
“La muerte soporta todas las indiscreciones, todos los detalles. Es
la forma que tiene de añorar, de nuevo, la vida."
La envidia o la añoranza de los mesoneros, Elisa Lerner, 1974
- ¿Por qué dice que Elizabeth Schön fue su influencia teatral?
- Porque ella escribe La Gruta venidera, que
fue un libro que me gustó muchísimo y después escribe Intervalo, que
es una pieza de teatro y ella me leyó trozos y yo creo que eso… claro, también
leía a Beckett. También me influenció que yo no sabía que cuando escribí La
Bella de Inteligencia había escrito una pieza de teatro. Yo me
acababa de graduar de abogado, nunca tuve una gran vocación, pero pensé
que si estudiaba Letras… la escuela de Letras no tenía el prestigio que tenía
la escuela de Derecho cuando yo comencé a estudiar. Y yo sentía que lo mío no
era la docencia sino la escritura, no me equivoqué, no me gusta la docencia. Yo
sé que a veces cuando hablo me pueden suceder cosas que sólo me suceden cuando
escribo, pero también me puede suceder que cuando hablo puedo caer
en el error de que estoy escribiendo, me puedo estar como traicionando.
- ¿Pudo vivir de la literatura?
- Nadie vive de la literatura, al menos en un país como
Venezuela es muy difícil. Pero sí puedo decir que en un momento dado mis piezas
de teatro, sobre todo Vida con Mamá, que tuvo bastante éxito, me
produjeron algún dinero, y mis artículos me los pagaban. Pero
claro, yo tengo que reconocer que soy una escritora de la periferia, que me ha
tocado ser una escritora de estas tierras.
- ¿Y en estas
tierras cómo hacía para vivir y poder seguir escribiendo?
- Bueno, mira, hice muchas cosas, mi primer trabajo fue
en una revista pero me pagaban muy poco entonces mi madre se fastidió mucho y
no quiso que yo siguiera, mi hermana se disgustó porque había dejado pero no
seguí. Después hice un trabajo ad honorem en la Casa de Observación que dirigía
la Dra. Renée Hartman, eso me sirvió mucho porque pude irme a Estados Unidos
con una beca muy modesta. Escribía también para Radio Nacional, aunque
ese me lo quitaron al año de haberme ido, y la mitad de lo que ganaba se
lo daba a mi mamá que había quedado viuda. Trabajé en el Ministerio de
Relaciones Exteriores y en Madrid fui consejera de cultura. En mi vida a veces
tuve más suerte, a veces menos suerte, pero siempre tuve que trabajar.
- ¿Le resultó fácil que le montaran sus obras de teatro?
- Fue muy fácil que montaran mi primera pieza y la montaron
muchas veces, lo que fue difícil fue que montaran
El vasto silencio de
Manhattan, es una obra que nadie quería montar en Venezuela, que le
gustaba a los argentinos pero a los venezolanos no, decían que había muchos
personajes. Me acuerdo que
Cipe Lincovsky le
habló muchísimo a
Carlos
Giménez para que montara la pieza con ella pero Carlos era un hombre
un poco complicado, tenía muchos compromisos y él parece que quedó hechizado
con la obra pero por fin no la montó, pero sí supervisó un montaje de
Vida
con Mamá que yo no vi porque vivía en España. Finalmente después de
muchos años la pieza la montó
Gustavo
Tambascio, con el que tengo una amistad preciosa porque después se fue para
España cuando yo estaba allá, y con su hermana también, que ya murió
lamentablemente, fue una gran amiga.
"Hija:
Asistí a una fiesta donde tocaba Billo´s Happy Boys.
La gente engullía mucha ensalada rusa.
Madre:
Por un exclusivo afán de conocimiento.
Stalin, el marxismo.
(…)
Madre:
Acaso venga un refugiado político.
(Se escucha un entrecortado
tiroteo).
Hija:
Oigo disparos. Otra vez, la policía de esta ciudad.
Madre:
Es la verja del edificio. Al abrirse, suena como un disparo.
¡El refugiado debería ya estar aquí!
Hija:
Continúan los disparos. De noche, en las calles,
hay más policías que prostitutas. Pronto los tipos que se acostaban
con las putas, tendrán que hacerlo con policías.
(…)
Madre:
Esos carteros fueron como honestos críticos literarios:
comentaban las cartas que traían, como si las hubiesen leído. ”
Vida con Mamá, Elisa Lerner, 1975
- ¿Vio Vida con Mamá su
mamá?
- La vio, sí, estaba encantada.
Mi mamá fue tan feliz durante los montajes de mis piezas que hubo en ella
un gran cambio, una gran cercanía, aunque ella me compraba la revista Billiken
en mi infancia, pero hubo una afectuosidad enorme a partir de que mi
madre vio los montajes que hicieron de mis obras.
- Alguna
gente piensa que Vida con Mamá es su vida.
- Para nada. Tú sabes que una pieza o un libro pueden
producir admiración pero también cierta forma de admiración anómala que es la
comidilla y la envidia. Si fuera mi vida yo no hubiera podido irme a España, no
hubiera podido seguir escribiendo, no podría vivir sola en un apartamento, no
podría luchar sola contra un problema de salud terrible que es mi lucha contra
la ceguera, que me viene desde muy joven. Pero en realidad ese no es mi
problema, mi problema hubiera sido casarme con un señor venezolano y que
yo tuviera que salir a trabajar como una loca y no poder seguir escribiendo. Y
tuve la suerte que desde el liceo me encontré con gente muy gentil, con poetas,
que me dijeron, incluso mi profesor el
Dr. Caldera, que yo era una escritora.
El
Dr.
Velásquez también. Siempre. Yo quería trabajar para la cultura. En los
años que estuve en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en Caracas,
trabajé con
Eugenio
Montejo, nuestro insigne poeta, en una revista que iba al
exterior y también lo hice en Radio Nacional. Y yo no hubiera podido escribir
si me hubiera casado. ¿Tú sabes lo que hubiera sido terrible para mí? Ocuparme
de tener dos o tres hijos, de dar clases o de ser abogada en un ministerio o en
un bufete para el cual yo no tenía especial talento ni vocación y además ir a
por lo menos tres Bar Mitzvah semanales y una boda los sábados,
¿cuándo iba a pensar, cuándo iba a escribir?
- ¿A su
madre y a su padre no les preocupaba que usted no quisiera casarse?
- Mira, te diré que finalmente a mi mamá no le
preocupó, finalmente mi mamá entendió que lo mío era la escritura y que yo era
muy particular. Si yo hubiera conseguido un hombre que me apoyara como
escritora, como Virginia Woolf que tuvo un marido que hasta le aceptaba sus
supuestas aventuras lesbianas, aunque ese no es mi caso, porque no soy
lesbiana, hubiera sido estupendo. Siempre me han gustado los hombres pero
no hasta el sacrificio de mi escritura, no como una pasión malsana.
- ¿Usted es religiosa?
- En mí está muy presente la herencia judía pero esta se expresa a
través de mi escritura. Yo no soy de mucho hablar.
“Escribir es a veces como un navío que se nos escapa…
Una victoriosa botella de vino que estalla en pedazos y que no
mancha manteles sino algo más arduo e intenso con lo cual nacimos.”
El país odontológico, Elisa Lerner, 1966
- ¿Está
escribiendo ahora?
- Sí, estoy escribiendo algo.
- ¿En
qué genero?
- No sé cuál es el género, tú sabes que ahora los géneros… (Duda
si contarlo o no). Es prosa.
- ¿Cuándo lo podrá mostrar al público?
- No, no sé porque no sé cuando lo voy a terminar
porque el año pasado estuve muy mal de salud y este año… ojalá lo pueda
terminar. Tengo varios años en eso y me doy cuenta que había fallado mucho, que
estos años no lograba como la tersura, tú sabes, como si tú te pusieras unas
cremas en el cutis y ese no es el tratamiento adecuado.
- ¿Escribe todos los días o cuando se siente inspirada?
- No, escribo cuando la vida me lo permite, porque tengo muchas
cosas que a veces que me lo impiden.
- ¿Le cambió la vida ganar el Premio Nacional de Literatura?
- No, para nada.
- ¿No se le abrieron puertas para publicar más, para que le
montaran más obras de teatro?
- No, no creo. Pero Blanca Pantin reeditó Carriel por
tercera vez, y prácticamente escribí un nuevo libro desde su primera edición
que tuvo un prólogo muy lindo de Ramón J. Velásquez. Monte Ávila, que dirigía
Alexis Márquez, me publicó un libro de crónicas y después publiqué un pequeño
libro con los relatos que escribí en Madrid, Homenaje a la
Estrella y la novela De muerte lenta, que la terminé
en el 2005 pero salió a comienzos del 2007. Pero no creo que nada de esto tenga
que ver con haber ganado el premio.
- ¿Con
qué genero se siente más identificada?
- Mira, te voy a decir lo que dice de mí
Carmen
Ruiz Barrionuevo, que es la directora de la cátedra Ramos Sucre de la
Universidad de Salamanca, una mujer sumamente humana y muy sabia, entrañable,
ella escribió un ensayo y dice que en mí hay un plural asedio a la literatura
que desborda los géneros. La gente no sabe que yo a los 16 años escribí varios
poemas en prosa, no muchos, unos tres y uno salió en
El Heraldo, que
era un periódico con mucho prestigio en ese momento. Entre los 16 y los 23 años
escribí un libro de relatos pero en el camino se perdió. Y comencé a escribir
crónicas y teatro y tenía una novela que se desarrollaba en Nueva York. Cuando
conocí a Emir Rodríguez Monegal él se interesó en la novela, yo le leí
unos capítulos y me dijo que ahí había una novela estupenda. Pero cometí el error
de leérsela a otra persona, porque era como un elogio desmesurado ese
comentario viniendo de Rodríguez Monegal para una joven venezolana, y la
respuesta no fue buena, entonces me desanimé, no seguí el libro y eso me apartó
de la narrativa. Después, quizá por la muerte de mi mamá, la enfermedad,
los cambios en el país, me fui hacia la narrativa. He publicado un libro
de relatos breves y una novela. Hace poco publiqué una crónica de un recuerdo
de juventud, de cuando conocí a
Ruiz Pineda por
casualidad en casa de mi hermana, que era un líder, un hombre muy sacrificado
por la dictadura de Pérez Jiménez, un tesoro de nobleza, y esa crónica tuvo un
gran impacto. Pero ahorita estoy escribiendo este libro que se podría
decir que es una novela, un relato, una simulación de memoria, no sé lo que es.
- Y no quiere adelantar nada.
- Es que no puedo adelantar nada porque no sé si lo termine, veo
que lo anterior no fluía como yo quería, en fin, tengo mucha
inseguridad. Y tú sabes que los adelantos…
- Siempre son malos.
- Bueno, me fue mal con mi primera novela que quedó trunca.
- Sí, pero eso fue una cosa como accidental, realmente la que fue
una gran luchadora contra la dictadura fue mi hermana Ruth y mi cuñado, que
murió en diciembre. Pero lo mío fue un accidente: yo había recibido unas cartas
que eran muy graves para el régimen, porque un amigo nuestro, desesperado en su
lucha contra Pérez Jiménez, no midió que mi casa estaba muy vigilada. El
Dr. Ramón J. Velásquez siempre me dijo: usted de opiniones pero no se
complique porque su mamá no está bien y papá estaba enfermo, murió al
poco tiempo, y Ruth estaba afuera. Pero sin darme cuenta me compliqué, esas
cosas como de locuras de la juventud, pero fue una experiencia tremenda.
- ¿La encarcelaron?
- ¡No, no!
Estrada… yo no sé cómo le
hable a Estrada con mucha soltura.
- ¡¿Pedro Estrada fue el que la interrogó?! (El temido y
sanguinario jefe de la Seguridad Nacional)
- Sí y cuando yo vi que el interrogatorio era con Estrada me dije: aquí
no me va a pasar nada.
- ¿Por qué?
- No sé por qué tuve esa intuición. Yo sabía que la casa
estaba vigilada hacía tiempo, sentía que algo pasaba con el teléfono, que me
seguían unos tipos, fue terrible, terrible, y la noche anterior no pude dormir,
fue algo terrible. Y Estrada me dijo:
cómo una muchacha bonita, de una
familia judía, se junta con esa gente, los adecos, unos ladrones, no la
quieren, cómo va a estar en esto. Y yo tenía un libro de un amigo mío, del
grupo de la revista Sardio donde yo comencé a escribir,
Adriano
González León, que se llamaba Las Hogueras más altas y con ese nombre y con
la carátula que era un poco naranja se podía pensar que era un libro
comunista. Y entonces él me dijo: ¿
Qué opina usted de Adriano el escritor?
Y yo le dije: y bueno, quién va a hablar sobre las autopistas y yo pienso
ser escritora, ¿qué le parece señor Estrada? Y así se mantuvo el diálogo.
- ¿Y la soltaron?
- Me soltaron.
- ¿Y nunca más
la molestaron?
- Por teléfono me fastidiaban mucho, en la noche sobre
todo. Pero afortunadamente me detuvieron en julio del 57 y ellos cayeron
en enero del 58.
- ¿Quedó
aterrada después de eso?
- Quedé aterrada, sí, por un tiempo nada más, me encerré un
poco, no presenté todas las materias ese año. Y yo había recibido esas
cartas porque era difícil decir que no porque la situación del país era difícil
y porque tú en la juventud no mides, no haces cálculos porque crees que tienes
todo el tiempo a tu favor.
- Ahora cuando mira a este régimen, ¿hace cálculos?
- Es que me ha tocado de otra forma.
- ¿Cómo se
siente con esta realidad?
- De esta realidad lo que más me ha tocado es la enfermedad de mi
hermana.
- ¿Y la situación política?
- Mira… es poco lo que te puedo decir. Cuando me dieron
el Premio Nacional, tengo el orgullo, eso sí, de que dos de los jurados fueron
Eugenio Montejo, uno de nuestros grandes poetas, y
Salvador Garmendia,
uno de nuestros grandes prosistas, que murieron poco tiempo después, entonces
es un premio nacional muy grande para mí. Pero mira, sobre esto…yo prefiero que
la gente lea lo que yo escribo.
“
¡Extraño día que me despoja de los puentes
de la ciudad mientras los
árboles de primavera, todavía, no despiertan el cielo!”
El vasto silencio de Manhattan, Elisa Lerner, 1963-64
Caracas 13 de mayo 2012
Todos los textos extraídos del libro: