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AUTORRETRATO, 1810.
Oleo/Lienzo. 65 x 54 cm.
Musée Matisse, Francia. |
Henri Matisse (1869-1954) se empapó en un gusto orientalista por las artes decorativas del Cercano Oriente y pintó maravillosas e imponentes odaliscas. El desnudo femenino fue una gran obsesión para él, muchas veces oculto en coloridas telas marroquíes. Matisse durante este período (Etapa de Niza) está en una búsqueda continua de experimentación artística y a su vez buscando la calma para si mismo.
Las obras de esta época o sus odaliscas son de formas cálidas y generosas, de interiores tranquilos y luminosos, y aunque abundan los colores se podría decir que en cada cuadro podemos ver un concierto prismático en perfecta armonía. La luz del Mediterráneo, su reposo y reflejo cristalino inunda hasta las escenas interiores. Porque Matisse afirmaba que tanto el interior y el exterior estaba unido en su sensación.
La obra de Matisse en esta época es un mundo de insinuaciones a objetos habituales y formas sugeridas y de infinitas variaciones de sus motivos: reinventa infatigablemente y tenazmente posturas en las modelos, en los elementos decorativos, en las composiciones de arabescos enrevesados y en los elementos orientales. Sus formas humanas rebosan sensualidad, calidez y exotismo.
Matisse nos abre su imaginario oriental teñido de hermosos colores cálidos, de arabescos y multifacéticos brocados marroquíes, de alfombras persas y muebles sacados de las noches árabes, pero principalmente de mujeres voluptuosa y sensuales que nos convidan a las delicias del universo fantástico y exótico del Cercano Oriente.
Aquí les regalo tres muestras del "Harén Soñado" de este gran maestro del lenguaje expresivo del color y del dibujo y una de las figuras centrales del Arte Moderno.
ODALISCA CON PANTALONES ROJOS.
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ODALISCA CON PANTALONES ROJOS, 1922.
Óleo/Lienzo. 65 x 94 cm.
Musée National d'Art Moderne, Francia. |
En este lienzo Matisse evidencia su maestría en la elaboración del espacio y, en especial, de la profundidad. El dominio del elemento decorativo conduce al cuerpo femenino, ya que los planos y los colores se organizan como una exaltación de la vida misma, que se brinda a través de una maravillosa riqueza visual.
El cuadro está fragmentado en planos verticales, en relación con el diván que reintroduce una perspectiva directa, y los efectos de modelado quedan reservados para el busto y el vientre de la odalisca. Gracias a la posición de las piernas, el pantalón rojo halla una cuasi frontalidad, a su vez vigorizada por la relación que se entabla con el amarillo de la pared que demarca la escena desde la izquierda.
El cuadro irradia un firme clima de sensualidad: las partes asignadas a lo decorativo están equilibradas por medio del modelado del respaldo, mientras que la unidad del suelo queda sellada por la uniformidad absoluta del rojo. En contraste con él cobran vida la gama de colores, las líneas sinuosas del cuerpo y los motivos de los biombos.
ODALISCA CON BOMBACHOS GRISES.
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ODALISCA CON BOMBACHOS GRISES, 1927.
Óleo/Lienzo. 54 x 65 cm.
Musée de l'Orangerie, Francia. |
En esta obra la tensión está presente en la construcción misma del espacio pictórico, que asocia una perspectiva tradicional (la del diván y la del cojín rayado sobre la cual descansa la odalisca) con una visión ambivalente del tejido en el primer plano (cama y tapiz a la vez), y el tapiz de la derecha, que genera una ilusión óptica al contrastar de manera discordante y casi absurda con el resto de las líneas marcadamente verticales.
La tensión también está motivada por la multiplicación de los recursos decorativos: rayas cruzadas y verticales en medio de arabescos que se entrechocan. Asimismo, la alternancia en primer plano de colores vivos y suaves como el rojo y el rosado pálido, gris claro y verde oscuro, como también las reiteraciones alternadas de colores y blanco en los motivos del papel tapiz, crean un efecto óptico y cinético.
En Odalisca con Bombachos grises, el dibujo del cuerpo se funde con el cojín en el que se apoyan los pies, que oponen sus propias curvas a las líneas verticales. El cuerpo ha dejado de ser una entidad plástica autónoma, para convertirse en una composición de signos gráficos diversos, como por ejemplo los trazos de los ojos y bocas o los toques rojos de los senos que se muestran en concordancia y contradicción con la pose relajada y desenfadada. La luz en este precioso lienzo de Matisse baña toda la composición y crea una atmósfera voluntariamente oriental: la mesa baja, el brasero, la acumulación de alfombras y el aire de tienda lo pone de evidencia.
ODALISCA EN EL SILLÓN TURCO.
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ODALISCA CON SILLÓN TURCO, 1928
Óleo/Lienzo. 60 x 73 cm.
Musée d'Art Moderne de la Ville de Paris, Francia. |
En esta Odalisca en el Sillón Turco, el artista volvió a la concepción del cuadro como un elemento netamente decorativo, parece una ventana que da hacia el oriente de Las mil y una noches. El carácter sensual de la modelo u odalisca resulta acentuado por medio del empleo del color negro para la trenza, el damero y el fondo de los empapelados.
En este cuadro aparece un nuevo objeto (las alfombras, el damero, el papel tapiz y los brocados persas son elementos que Matisse utiliza desde 1910) que posee una fuerza particular: el sillón. En otras obras, la silla funciona como un elemento de perspectiva. En este lienzo el sillón turco funciona como sostén para facilitar la pose de la odalisca y, subsidiariamente, también como decoración.
La composición en esta obra está en medio de ángulos tensionales y constituye un juego sutil de formas y colores que integran el cuerpo de la odalisca y los objetos de la habitación. En todo el espacio pictórico, contrastan los rojos (cálidos) sobre el azul (frío).
El rostro de la modelo no deja de ser una de las tradicionales máscaras a las que solía recurrir Matisse, sin embargo en este caso, se observa más vitalidad que simbolismo: por el tipo de trazo empleado, más fugaz que aplanado, los ojos insinúan una mirada y un guiño, y la boca nos sugiere una sonrisa. El damero, objeto destacado deliberadamente dentro de la composición parece insinuar otra persona a la cual quizás la odalisca le regala su hermosa sonrisa, o también sugiere una invitación al espectador a jugar su juego y entrar a su mundo oriental.