Al final de la noche de mi ocaso
me querré llevar por siempre tus ojos
perderme en lo profundo de sus pupilas
que me haga sombra tu pecho
que tu dulce saliva riegue
mi último hálito de vida.
Quiero morir mirando tu rostro
y que me regales tu sonora sonrisa
será tu boca el cielo abierto
que tranquilamente me reciba
que tus manos frágiles pero también hostiles
abracen por última vez mi cuerpo a la deriva.
Quiero morir con los ojos abiertos
y llevarme el lago oscuro de tus ojos
como el infinito recuerdo
de la razón suprema de mi vida.
Tu imagen será mi techo,
tu aroma... mi abrigada cobija.
Con los ojos abiertos...
Con los ojos abiertos...
muriendo y mirando
tu boca...
como la rosa que nunca se marchita.
Por Félix Esteves
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