Una pequeña presentación

Los Mínimos y Máximos de Félix Esteves es una casa, un hogar, construido con amor, esfuerzo, dedicación y hasta con aburrimiento. Tiene muchas puertas donde todos pueden entrar. Tiene muchas habitaciones, donde de seguro en algunas podrás sentirte cómodo, y en otras, tal vez contrariado y hasta… por qué no… molesto. Sin embargo su propósito no es agradar ni molestar, no es ganar amigos ni enemigos… de todas maneras ambos son bienvenidos; su fin es mostrar y demostrar lo variopinto de una mirada, la pluralidad de una cosmogonía a través de mi “micromundo”, de lo exterior visto y sentido desde mi interioridad… es un grito contra la discriminación, es un arrullo de amor a la diversidad, es mi tarjeta de presentación como ser humano, como hombre, como gay y miembro de la comunidad LGBT... tal vez es algo más… no lo sé… aún lo estoy averiguando.

Félix Esteves

Amigos de Los Mínimos y Máximos

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jueves, 10 de febrero de 2011

EL FIN INFINITO

Se levanto con una extraña angustia en el pecho, con una rara y excepcional preocupación, busco su reloj y no lo llevaba puesto, lo dejaría en el baño, pensó. Se levanto y fue a la cocina por un vaso de agua, miro la hora en el reloj que colgaba de la pared, eran las dos y treinta de la madrugada. Sacio su sed y volvió a la cama, pero antes paso por su reloj en el baño y se fijo que al igual que las manecillas de la péndola del tiempo de la cocina marcaban la misma hora.

Se acostó, quería conciliarse con el sueño, pero no podía. Reviso mentalmente todos sus asuntos, no tenía nada pendiente, por lo menos algo que fuera de gran urgencia, sin embargo la angustia persistía. Reviso mentalmente de nuevo toda su agenda y no consiguió nada que pudiera generarle tan extraña sensación de apuro, de cómo si faltara algo por hacer. Miro de nuevo el reloj y todavía eran las dos y treinta, ¡Qué extraño! Se puso a contar ovejas para ver si Morfeo le arropaba, pero nada, las ovejas eran insuficientes, no lograba concordar el sueño, y la ansiedad e inquietud crecían, el desasosiego ya era zozobra y tensión, volvió a mirar el reloj y aún marcaba la misma hora, las dos y treinta, se paro, volvió al baño se lavo la cara y maldijo su falta de sueño, fue a la cocina para ver la hora exacta y el medidor del tiempo que se adosaba a la pulcra pared permanecía inmóvil, sus aterradoras manecillas estaban detenidas en la misma forma como sus homónimas del reloj de pulsera, las dos y treinta.

El tiempo se detuvo, caviló mientras una sonrisa nerviosa se dibujo en su rostro; de vuelta a su cuarto se tendió en la cama, con los ojos muy cerrados se puso a contar nuevamente, ovejas, flores, autos, barcos, aviones, mujeres, hombres… cada objeto, cada animal, cada ser era un segundo, un minuto, una hora, un día, un mes, un año, un decenio, un siglo… aún continua contando, su cálculo supera las estrellas, los granos de arena… su cuenta es infinita... seguirá contando, porque nunca se percatará que su fin llego a las dos y treinta.

Por Félix Esteves

domingo, 25 de abril de 2010

TIC-TAC. El Sonido de la Muerte.


Solo escucho el tic-tac. En la extrema oscuridad donde me hallo solo percibo el sonido de las manecillas que marcan el tiempo de mi muerte, de mi sombrío destino. Una pared aprisiona mis piernas y siento en mi costado derecho de mi espalda una profunda herida y la cavilla asesina, quizás ya oxidada por mi sangre lastimera. No sé cuantos días llevo escuchando el tic-tac, a veces me angustia, otras veces me adormece, fiel compañero, que me cuenta sus desgracias y alegrías, mientras mi garganta seca trata de cantar al compás de su hermoso tic-tac. Lloro con sus cuentos de terror, y río también con sus ocurrentes alegrías, tic-tac... tic-tac... es una música que nunca se olvida, tic-tac, es el ritmo de mi lucha, como música épica, que adorna mi último respiro. Me voy debilitando, disminuyendo mis fuerzas, mi lengua trata de recoger el sudor de mis labios, pero ya ni sudor produzco, entonces mi querido tic-tac me hace soñar que su sonido son claras gotas que caen de un delicioso manantial y sonrío porque bebo del liquido de su cadencia, de su extraordinaria armonía, tic-tac, tic-tac... Me despierto y ya no escucho el tic-tac, se apagaron las manecillas, ¿dónde te has ido? Y solo percibo el sonido arrítmico de mi pecho, disonante y disconforme de mi
Solo escucho el tic-tac. En la extrema oscuridad donde me hallo solo percibo el sonido de las manecillas que marcan el tiempo de mi muerte, de mi sombrío destino. Una pared aprisiona mis piernas y siento en mi costado derecho de mi espalda una profunda herida y la cavilla asesina, quizás ya oxidada por mi sangre lastimera. No sé cuantos días llevo escuchando el tic-tac, a veces me angustia, otras veces me adormece, fiel compañero, que me cuenta sus desgracias y alegrías, mientras mi garganta seca trata de cantar al compás de su hermoso tic-tac. Lloro con sus cuentos de terror, y río también con sus ocurrentes alegrías, tic-tac... tic-tac... es una música que nunca se olvida, tic-tac, es el ritmo de mi lucha, como música épica, que adorna mi último respiro. Me voy debilitando, disminuyendo mis fuerzas, mi lengua trata de recoger el sudor de mis labios, pero ya ni sudor produzco, entonces mi querido tic-tac me hace soñar que su sonido son claras gotas que caen de un delicioso manantial y sonrío porque bebo del liquido de su cadencia, de su extraordinaria armonía, tic-tac, tic-tac... Me despierto y ya no escucho el tic-tac, se apagaron las manecillas, ¿dónde te has ido? Y solo percibo el sonido arrítmico de mi pecho, disonante y disconforme de mi corazón triste y resignado que late tic-tac... cada vez más débil... tic... tac... tic... y muero apretando en mis labios el último tac queriendo escapar inútilmente de la muerte.


Por Félix Esteves

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