Conseguir escritores
comprometidos con la palabra es difícil, pero no imposible, en mi búsqueda me
topé por internet por simple coincidencia con el escritor argentino Wenceslao
Maldonado y mi enamoramiento fue a primera vista, perdón, a la primera lectura.
Y es que este poeta, ensayista, prosista y humorista sureño no escribe, su
labor va más allá de la simple escritura, el teje las palabras, las borda con
la intimidad del enamorado desechado, las cocina con el calor de su mano que ha
tocado y trastocado el mundo de eclesiásticas paredes y de laicas murallas
derribadas y nuevamente construidas. En Wenceslao cada verso, toda oración,
cualquier “soflama”, es el pacto de las palabras perdidas en su interioridad.
Wenceslao es médula, dolor y
desesperación cuando leemos sus poemas al hijo muerto en “Paternidad de Sombra”
(Editorial Epifania, 2002); es seductor, amante profano y “Príapo” cuando devoramos “Eros y otros deseos”
(Simposio, 2010); es iconoclasta, divino fetichista, kitsch transpostmoderno al
introducir nuestra mirada a “La Proctomaquia o El Cantar de los Culos” (Simposio,
2008); Wenceslao se trasmuta en Buda y en tranquilizador aroma de flor de
ciruelo cuando navegamos en sus minimalistas versos de “Hexagrama, en luces y
en sombras.” (Pavadit@, 2012); nuestro poeta de hace deseo y gracia, oso de
circo y licántropo urbano en “Manual de osos prácticos” (Simposio, 2008).
La singularidad de Wenceslao Maldonado
es única, no obstante me recuerda el homoerotismo de Constantino Cavafis, la
escatológica dulzura de Paul Verlaine, el desarraigo de León Felipe, el
hermetismo de Eugenio Montale… Me falta mucho por leer, por descubrir más de
este talentoso hechicero de las palabras… quiero beber de sus pócimas, de sus
agrios y dulces brebajes… quiero ser poseído por su coherente locura, quiero
ser exorcizado por su demente y pasional cordura.
Wenceslao Maldonado… el de los
vocablos brujos y perdidos… el de los pactos de los versos hechizados… Aquí les dejo
algunos de sus sortilegios, algunos pactos para no ser yo el único embrujado:
LAS ÚLTIMAS COSAS
Sconto, sopravvivendoti, l’orrore
Degli anni che t’usurpo,
E che ai tuoi anni aggiungo,
Demente di rimorso,
Come se, ancora tra di noi mortale,
Tu continuassi a crescere;
Ma cresce solo, vuota,
La mia vecchiaia odiosa... (1)
Gridasti: Soffoco
GIUSEPPE UNGARETTI
Cada uno debe tener su modo
de morirse por dentro.
Y por fuera, qué frágil te sentía,
qué debilidad de pájaro que cae
sin amparo.
Aunque yo estuviera allí,
fue siempre lejos.
“Te quiero mucho”, me decía,
lo dijo muchas veces,
lo dijo la última vez
sin poder mirarme
por la sonda que, agresiva,
le tenía fija la cabeza,
y lo repito yo otra y otra vez
como fórmula mágica
que derrote esta muerte imperfecta
de la angustia.
No tuve la fuerza necesaria
para decirte adiós
porque al final qué sentido tenía
hablar de nada
con la muerte sentada en las rodillas
palpándote la frente,
dándome la espalda,
sin preocuparse siquiera
de acallar tus últimos quejidos.
¿Es algo o alguien (él o ella)
para robarme impunemente la alegría de estos años
sin que pueda defenderme?
¿Es algo o alguien (él o ella)
para que pueda matar de un solo golpe
las vigilias de afecto que he vivido?
¿Es algo o alguien (él o ella)
para arrancarme impávida ese hijo
de mi paternidad única?
¿Es algo o alguien (él o ella),
la Muerte digo,
la enemiga?
Un grito, ay, ¡se ha muerto!
Un dolor que es para siempre.
Se llamaba Alejandro.
No ha sido mi derecho darle el nombre.
Fue el hijo que no tuve, que no tengo.
Y el último en llamarlo
antes de su noche extrema.
Se llamaba Alejandro..
Entró con la calle por mi puerta.
Traía una sonrisa contenida.
Se adaptó a mis paredes, a mis libros,
a todos los rincones de mi alma.
Se llamaba Alejandro.
Era todo lo que vive una familia.
Un hombre que soñaba con ser padre.
Con un hijo nacido de los sueños.
Un grito, ay, ¡se ha muerto!,
y el dolor que dura para siempre.
Despedida quedándome
a este lado de la vida.
No hubo tiempo siquiera para darte un beso más,
otro, el último,
rápido,
sin decirte más nada.
La única diferencia de estas lágrimas
es que puedo contar tu fin minuto tras minuto;
pero me invento el mío,
o lo dejo levemente abierto en el borde del pañuelo.
Paternidad de sombra
me resbala
de los brazos abiertos
Huérfano de mi hijo,
lloro contra mis palmas,
grito sobre la mano.
Un puñado de voces
se me escurre enseguida
de los dedos cerrados.
Hablo a fotografías
que sonríen recuerdos
de los últimos años.
¿No hay alivio posible
que me diga que vive
en medio de la ausencia?
La figura del hijo se elabora
en la entraña viva
de la tierra.
En cambio, la invención del padre
es más bien una sorpresa,
hallazgo repentino de algún sueño.
Fue la historia del niño que buscaba
un padre, y es la misma
historia del hombre que quería
ser padre
de un hijo.
No quiero nombrarte
como si te estuviera reprochando
que aquí me quedé solo,
con los pequeños trazos
de tu diminuta letra,
perdido en los olores de la ropa
que también tendrá que irse
confundida.
Sobre el hueco frío
voy poniendo recuerdos,
algún retazo, fotografías
de estos pocos años.
Cada cosa resiste,
una planta un caracol un papel,
y se acuestan solitarias.
A veces rescato una imagen,
tenue gesto de un olvido,
alguna palabra con su tono exacto.
Después se me escurre
por el ángulo del ojo,
lágrima lentísima
volviéndose agria
en plena cara.
Ingenuo fue creer
que, por ser hijo mío,
te podía sostener de la mano,
darte un beso, abrazarte,
como quien se adueña de la ropa,
de un par de anteojos y la lapicera.
Pero doblé tus camisas que temblaban,
abandoné tus cuadernos y tus notas;
cada objeto tuyo se me fue escurriendo
como un tímido pez por las barrosas
aguas del invierno.
Quizás logré atrapar algún instante
ahogado en los pliegues del último pañuelo,
esa voz diminuta, ese pequeño movimiento.
Los guardaré en la memoria de los ojos,
muy juntos al dolor que tengo.
¿Es más importante
haberte tenido
que perderte?
Jardinero de tristeza
he regado los rosales
que plantaste hace mucho
en el balcón.
¿Es más fuerte el amor
que el dolor
que estoy sintiendo?
Vuelvo del cementerio.
¡Qué oficio tan triste
el de mirar pájaros
entre las cruces!
Él no está, o a lo mejor no sé.
Quedaron las fotografías
con su sonrisa inmóvil.
En los estantes hay caracoles,
piedras, jarros, ceniceros
que reposan cansados.
El armario enmudeció vacío.
Su cama es esqueleto rígido.
Solamente, florecidos,
sus dos rosales viven
la diminuta historia del balcón.
Pero él no está,
o a lo mejor está y no sé.
Paternidad de Sombra
(Buenos Aires : Editorial
Epifania, 2002)
de tranquilidad en el pelo
de un mar remoto y abierto
desnudos los dos por la arena
sin necesidad de hablarnos
mientras se escriben las huellas
de una palabra entredicha
no sé si el nombre en silencio
que lo amo y que lo sueño
para rodearme los hombros
mientras su respiración de flores
se va durmiendo en mi cuello
de estar los dos acostados
y él dormido o como haciendo
que está dormido y despierto
deja que su corazón me lata
para que la piel lo sienta
como un fuego que recorre
toda mi sangre en el cuerpo
de recorrer con la lengua
la mejilla hasta los labios
de acariciarle la espalda
y me entrelaza las piernas
del secreto entre sus nalgas
placer que tiembla y jadea
hasta el grito de victoria
y un mismo estremecimiento
de un tiempo que se detiene
de un cuerpo que no se cansa
de un abrazo que se extiende
de un beso que no se apaga
de un amor que se eterniza
Eros y otros deseos
(Buenos Aires : Simposio,
2010)
Hexagrama, en luces y en sombras
(Buenos Aires : Pavadit@, 2012)
Yo que he enseñado en la Tracia
Desflorando culos jóvenes,
Yo que amé a tantos muchachos,
Porque hay ternura en el joven,
Y los que ocultan, oscuros,
Todo el vello de la noche.
Que ríen sin pretensiones.
Que abrasan con sus calores,
Y los más duros, más tensos,
Que aprietan para que goces.
¡Culos erguidos de mármol!
¡culos brillosos de bronce!
¡culos blandos de azucena!
Culos que te están llamando,
Que te requieren a voces,
Culos, culos, los que fueren,
Siempre atractivos y nobles,
¡mi lira los canta a todos
sobre la cima del Ródope !
¡Los culos, todos los culos,
La "Proctomaquia" o "El cantar de los culos".
Poema épico-paródico de Aristón de Mitilene.
(Buenos Aires : Simposio, 2008)
SOBRE EL AUTOR.
WENCESLAO MALDONADO nace en
Buenos Aires en 1940. Estudia Teología en la UPS en Roma y letras en la
UCA en la ciudad de Buenos Aires y en la
Università degli Studi en Trieste.
Wenceslao fue cura, hombre de la Iglesia
Católica, pero más adelante descubre o encuentra su verdadero camino, abandona
los hábitos curiales y en el nuevo trayecto se encuentra con su homosexualidad.
Ha publicado once libros de poesía, pero
también ha escrito prosa y varios ensayos. Igualmente ha incursionado en el
teatro y ha dejado su increíble huella en tres guiones teatrales.
Para conocer más de este
excelente escritor poder dirigirte a su página web:
Por Félix Esteves