Una pequeña presentación

Los Mínimos y Máximos de Félix Esteves es una casa, un hogar, construido con amor, esfuerzo, dedicación y hasta con aburrimiento. Tiene muchas puertas donde todos pueden entrar. Tiene muchas habitaciones, donde de seguro en algunas podrás sentirte cómodo, y en otras, tal vez contrariado y hasta… por qué no… molesto. Sin embargo su propósito no es agradar ni molestar, no es ganar amigos ni enemigos… de todas maneras ambos son bienvenidos; su fin es mostrar y demostrar lo variopinto de una mirada, la pluralidad de una cosmogonía a través de mi “micromundo”, de lo exterior visto y sentido desde mi interioridad… es un grito contra la discriminación, es un arrullo de amor a la diversidad, es mi tarjeta de presentación como ser humano, como hombre, como gay y miembro de la comunidad LGBT... tal vez es algo más… no lo sé… aún lo estoy averiguando.

Félix Esteves

Amigos de Los Mínimos y Máximos

miércoles, 19 de mayo de 2010

EL AULLIDO DEL DIABLO


La noche se detuvo. Se eternizaron las sombras y, misteriosamente, no salió más el sol. Una espesa niebla lo cubrió todo y ya no éramos capaces de reconocernos ni siquiera por la voz, porque la niebla era tan densa que había cambiado el desplazamiento del sonido, las ondas sonoras se desquebrajaban antes de llegar a su destino, la acústica no era la misma y todo sonaba igual. Aterrado por no ver a mis congéneres y por no reconocerles ni siquiera por sus voces, me dediqué a probar, a experimentar con el sonido del miedo... Me apoderé como pude, en aquella inmensa oscuridad, de un punzón, y empecé a clavarlo a todo aquello que podía detectar, que se moviera en las tinieblas. Entonces descubrí que los sonidos cambiaban, unos eran agudos alaridos, algunos eran susurros lastimosos, como un llanto ahogado, otros ecos guturales, reverberaciones velares como los fonemas de la k y la g. Ningún sonido del miedo y de terror se confundían, cada uno era distinto y entonces me pregunté que cómo sería mi voz frente al terror y la cercana muerte. Empecé a preludiar y ensayar con mi cuerpo; el filo del punzón atravesó primero mis muslos, y no emití sonido alguno. La reacción muda acrecentó mi morbo y, con frenesí violento y placentero arrebato, profané todo mi cuerpo...

Tendido en el piso aún sin emitir sonido alguno; ni siquiera el murmullo de un cansado suspiro salió de mi boca... En ese instante reconocí que había sido un instrumento del mal; entonces mi garganta expulsó un grito de extremo temor y así, descubrí muy tarde, el aullido del Diablo.
Por Félix Esteves

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