Organizando una gaveta de mi escritorio desprevenidamente me encontré contigo. Estabas ahí quien sabe desde cuando. Si, eras tu, tu rostro, esa mirada enigmática que siempre me atrajo y que ahora, en un instante, me hace de nuevo tu posesión; tu sonrisa indescifrable, mezcla de acogida franca, picardía infantil y cínico ofrecimiento.
Abruptamente irrumpieron de nuevo en mi pensamiento nuestros momentos, con toda su miel y toda su amargura, perturbando la falsa calma que durante años de ausencia traté en vano de asegurarme.
Que fueras un volcán de pasiones encontradas en continua ebullición, que transformaras para bien o para mal todo lo que tu presencia tocaba, que fueras capaz de enajenar por completo a alguien con solo desearlo; lo comprendía, pues de hecho fui obsequiado con la relación que vivimos en aquel refugio nuestro. Pero que llegases ahora a mi presente, ante el casual hallazgo de una fotografía, que a lo mejor ni recuerdas haber obsequiado, es para mí, redescubrimiento y sentencia a la vez. Redescubrimiento porque regresas a mi siempre igual pero cualitativamente diferente por la experiencia que el tiempo me ha brindado desde tu partida y una sentencia, amable por cierto, que me reconfirma aquello de que cuando alguien ha caminado contigo parte de tu recorrido, en definitiva se incorpora a tu ser para marchar contigo por el resto de tu vida.
Llegas y de momento dejas una serie de interrogantes en mí que obviamente no me responderás, ni responderé por ti: ¿me amaste de alguna forma?, ¿me recordarás?, ¿Por qué duraron tan poco tus juramentos y tus promesas de amor?, ¿Qué hice para merecer tu amor, tu desamor?... ¿Será que hay quienes sólo sienten y viven sus apenas sensaciones como si fueran sentimientos profundos y de allí su carácter lábil e incierto?
Tu, tu figura, mis sentimientos por ti, el calor que aún avivas en mi, las inquietudes que me suscitas, la evidencia física de tu no presencia; todo aquello me impulsó a rasgar tu retrato, por poco lo hago. Pero algo en mí se opuso a tal ruptura. No, no puedo acabar así con tu fascinación, tu magia no puede tener tan triste fin. Después de todo me has dado mucho, mucho me enseñaste, tantas cosas amables trajiste a mi vida que te prometo seguirás conmigo todo mi tiempo.
Bueno, regresa ahora donde estabas, vuelve de nuevo a la gaveta que te acoge en silencio. Pero antes recibe mi gratitud por estar ahí.
Por Oscar Arredondo Arango
Pequeña Biografía de Oscar Arredondo Arango
Oscar Arredondo Arango nace el 11 de Agosto de 1959, en Envigado, Antioquia; Colombia. A los 11 meses de edad sufre de Poliomielitis. Cursa sus estudios de escuela elemental y el bachillerato en su pueblo natal muy cerca de su hogar, para luego sacar su licenciatura en Didáctica y Dificultades del Aprendizaje Escolar en el 82, en la Corporación Universitaria Ceipa.
Oscar ejerce labores de reeducación en su propio consultorio. Trabaja igualmente en editoriales y en venta de intangibles. Luego viaja a Estados Unidos donde estudia inglés y permanece por casi diez años; es en este país donde son concebidos la mayoría de sus escritos breves. A su regreso a su tierra colombiana, labora con La Secretaría de Tránsito de Envigado y con dos prestigiosas Instituciones Educativas del municipio hasta la fecha, ejerciendo además su profesión como colaborador en un programa internacional de ayuda a niños y ancianos de bajos recursos con sede en Colombia y Kansas donde funciona la oficina central de la institución.
Oscar Arredondo Arango es un escritor nato, autodidacta, de esos que le afloran las palabras sin rimbombantes adornos ni verborreas inútiles, sus escritos son sencillos pero contundentes, fáciles de digerir pero nos hacen descubrir mundos quizás escondidos o que inconscientemente queremos ocultar. Arredondo es un escritor de verdades, de esas que nos hacen cuestionar, pensar, corregir, y hasta muchas veces, querer olvidar.
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