Una pequeña presentación

Los Mínimos y Máximos de Félix Esteves es una casa, un hogar, construido con amor, esfuerzo, dedicación y hasta con aburrimiento. Tiene muchas puertas donde todos pueden entrar. Tiene muchas habitaciones, donde de seguro en algunas podrás sentirte cómodo, y en otras, tal vez contrariado y hasta… por qué no… molesto. Sin embargo su propósito no es agradar ni molestar, no es ganar amigos ni enemigos… de todas maneras ambos son bienvenidos; su fin es mostrar y demostrar lo variopinto de una mirada, la pluralidad de una cosmogonía a través de mi “micromundo”, de lo exterior visto y sentido desde mi interioridad… es un grito contra la discriminación, es un arrullo de amor a la diversidad, es mi tarjeta de presentación como ser humano, como hombre, como gay y miembro de la comunidad LGBT... tal vez es algo más… no lo sé… aún lo estoy averiguando.

Félix Esteves

Amigos de Los Mínimos y Máximos

miércoles, 12 de enero de 2011

EL CENTRO DE SU UNIVERSO.

Desde muy pequeño descubrió el poder que tenía su ombligo. La primera vez que experimento con él fue una noche, ya muy tarde, sus padres peleaban por razones que el desconocía o no podía entender y en la soledad de su cuarto se metió el dedito en el diminuto agujero, centro de su cuerpo, y después de un largo rato de tentalear se llevó el dedo a su nariz y descubrió un aroma nunca olfateado, nunca percibido, jamás captado, ninguna vez apreciado... era un olor extraño que conjugaba varios efluvios o fragancias, se sentía quizás el olor de piel lavada pero tal vez impregnada del sudor nocturno por el calor del verano, también se podía experimentar el olor a talco, pues todas las noches después de ser bañado era envuelto por una nube amorosa y tierna del polvillo blanco a base de almidón de maíz y lavanda, era quizás el olor a miedo por los gritos de sus padres, o acaso el olor de la angustia de no poder hacer nada, pero todo eso conjugado y unido hacían que expeliera su ombliguito una sustancia odorífera única, singular y extraordinaria que junto con el jugueteo previo, constante y uniforme del movimiento circular del apéndice articulado de su manito en la cicatriz del cordón umbilical le producía un placentero alejamiento de la cruel realidad.

Así paso el tiempo, y en cada momento de alterada ansiedad, de inquietud, de presión, metía su dedo índice allí en el mismísimo hoyo central de su ser, y enseguida eran aplacadas todas sus aflicciones y temores. Con esa singularísima técnica terapéutica salió airoso del divorcio escandaloso de sus padres, de los problemas escolares y de todos los momentos causantes de stress, hasta que un día se enfrento con el peor de los retos y fue cuando conoció el amor de verdad. Era el primer trimestre en la universidad, estaba en clases absorto escuchando el parafraseo y disertación de la importancia de las nuevas tecnologías en el mundo de la información y desarrollo de los centros de documentación, cuando apuradamente llego una compañera de aula tarde y repentinamente entro al salón con una diminuta franelilla que dejaba al descubierto su ombligo. Aturdido por la belleza umbilical de la joven experimento un erección descomunal, nunca sintió su miembro hervir de esa manera disimuladamente trataba de oliscar el ombligo de la muchacha, pero su glándula pituitaria no era lo extremadamente fuerte y desarrollada para alcanzar las misteriosas emanaciones que pudieran escapar de allí a pesar de que la muchacha se había sentado en el pupitre de al lado. Desesperado pidió permiso al profesor para abandonar la clase y enseguida se dirigió al baño donde se encerró en un cubículo y metió su dedo en el ombligo imaginando, casi soñando que se lo hacía a ella, que era su olor. Con una mano ocupada entre su ombligo y su nariz, la otra masturbaba su erguido pene y en el compás rítmico de aquel cuadro onírico sexual exploto con la furia de un volcán.

Ahora su mundo se dirigía a conquistar a la muchacha. Era imperante saborear, oliscar, indagar, husmear, curiosear en aquel ombligo. Pero todos sus intentos de acercamiento fueron en vano. La joven se resistía a todos los dulces ataques y proposiciones inocentes que le ofrecía. El muchacho desesperado por conseguir aquel objeto de deseo planeo entonces acorralar a la muchacha y en una noche en que la victima salía de la biblioteca universitaria para dirigirse a la parada del transporte colectivo gratuito que ofrecía la universidad aprovecho la soledad del recinto y la ataco por la espalda dándole un golpe en la nunca dejándola desmayada, la tomo en sus brazos y la metió en su carro y se la llevo a una apartada cabaña de hotel en las afueras de la ciudad. Era un hotel de esos, donde el amor furtivo conseguía aplacar su desasosiego, y era ahí donde el experimentaría por vez primera un ombligo diferente al suyo.

Estaciono el carro y metió el cuerpo de la chica en la cabaña, seguía desmayada, le amarro las manos hacia atrás, ato también sus pies y tapo la boca de la chica, pero no la desnudo, la tendió con delicadeza en la cama y subió la blusa dejando al descubierto el codiciado ombligo. De inmediato introdujo con suavidad su dedo y froto con extremado cuidado la pequeña depresión tratando de que la punta de su dedo no calentara mucho las sustancias allí depositadas y así evitar la evaporación repentina y fugaz. Alzo la falange impregnada y olio la punta, se estremeció, sus ojos se pusieron en blanco y una eyaculación le vino enseguida, conmocionado por el súbito descubrimiento, se desnudo y poso su nariz directamente en el ombligo femenino, lo probo directamente , inhalo, aspiro con fuerza y con debilidad, respiro sus exhalantes fragancias de rosas, carne, sangre, canela, diaforesis... tanteo también con su lengua y sintió que la vida se le iba, las emisiones seminales sucedían una tras una, el éxtasis desacerbado era incontrolable, desbocado y aturdidor. En un instante de exaltado frenesí la chica despertó y empezó a luchar por liberarse de las ataduras y del maniaco que tenia encima, el todavía ofuscado por la nueva experiencia agarro un cenicero y le golpeo la cabeza para controlarla, pero la mato instantáneamente.

Pero no se dio cuenta de que había terminado con la vida de la chica, siguió su proceso de indagar el ombligo que se le ofrecía como un botón, pero ya no exhalaba el mismo aroma, sus excelsas fragancias se apagaban poco a poco, exasperado y enloquecido hundió el dedo con fuerza, pero con el ultimo suspiro de la chica también se fue aquel olor, metió entonces la mano y así poco a poco se introdujo dentro del cuerpo de su victima, tratando de buscar el apreciado perfume.

Al día siguiente fueron encontrados por las mujeres que hacían el servicio de limpieza de las habitaciones, la chica muerta y él dentro de ella... aún vivo... respirando locamente y tratando inequívocamente de extraer algunos de los olores que tanto lo hicieron feliz. Ahora se encuentra recluido en un manicomio, con camisa de fuerza, en una celda de alta seguridad, todavía ningún psiquiatra a podido controlar y saber bien la razón y el origen de su extremada locura. El con sus ojos desorbitados sueña con liberar su mano y poder jorungar su orificio para olvidarse de todo aquello, de las cuatro paredes acolchadas, de las perennes inyecciones y agotadores tratamientos y su único momento de pequeña felicidad es cuando muy lejanamente pasa cerca de su celda una de aquellas enfermeras y deja en el aire el efluvio divino de su ombligo.

Por Félix Esteves

1 comentario:

  1. Un cuento interesante. Como siempre, es un placer visitar este lugar...

    Abrazos literarios.

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