Quiso cerrar sus ojos, cerrar sus párpados, cerrar sus pupilas que aún a pesar de su estado ya listo para la descomposición parecían dilatadas como si estuvieran tratando de captar la luz que revoloteaba como una mariposa sobre el rostro del cadáver. Pero fue imposible, los ojos desorbitados seguían mirando, escudriñando, observando, prestando atención, daba hasta la impresión de que se movían, pero claro, era imposible en un cuerpo que desde ya varios días había sido abandonado por su alma, no obstante aquel cuerpo sin vida permanecía todavía en la cama porque nadie era capaz de tomarlo, meterlo en un cajón y enterrarlo, ni los expertos forenses tuvieron la valentía de hacerlo cuando fueron sorprendidos por sus reflejos en los espejos de agua en que se habían convertido aquellos profundos ojazos. No tuvo otro remedio, tuvo que aprender a convivir con los ojos que desde el cuerpo putrefacto oteaban vigilante cada uno de sus movimientos, hasta su suave pero nervioso respirar de pajarito parecía ser avizorado por aquellos ojos que se negaron a morir.
Cuando se iba temprano para el trabajo sentía sobre su nuca la mirada y aún llegado a su mediocre oficina advertía como si aquellos fanales acuosos y brillantes lo contemplaban desde la lejana distancia. Ya ni siquiera podía dormir, en las oscuras noches la luz de la luna se hacía cómplice de la mirada discriminatoria y antojadiza, y el cielo nocturno ya no tenía a una bella selenita, se plasmaban en la profundidad tres enormes lunas que le negaban el abrazo deseoso de Morfeo. Atormentado por el cruel atisbamiento y la perenne inspección a la cual se sentía sometido agarro una cuchara y uno a uno se arranco sus propios ojos, muriendo desangrado mientras los otros ojos por fin se cerraban para siempre.
La culpa desapareció, se fugo como se fuga el humillo triste de una cerilla agotada, como se fugan las notas olvidadas de un arpa tocada por un último suspiro. Su alma supuestamente descansa al lado de su amado, el de los ojos grandes y profundos, el de los ojos que al morir envenenado se desorbitaron mirando a su único asesino y que después de enterrado lo seguía mirando desde el más allá. Ahora se siguen mirando, observando, reparando, percibiéndose ambos prestos y listos para seguir mirándose, amándose y al mismo tiempo odiándose, se sopesan, se tasan, se miden ojo a ojo, pupila a pupila… pero ambos desde la misma desolada y oscura dimensión.
Por Félix Esteves
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