Se empezó a formar en aquel alejado, frondoso y selvático lugar una raza extraña de mujeres todas hermosas, con cabellos de colores extravagantes y exóticos, verdes como las algas cetrinas del mar, o como las esmeraldas que muchos pagaban para obtener unos minutos de placer con esos seres que parecían de otro mundo. Otras llevaban los cabellos rojos como el centro de una llama o de una fogata, y así eran en las artes amatorias, fogosas, ardientes, abrasadoras, que muchos hombres casi mueren asados entre sus piernas y brazos. Estaban las rubias, de largos cabellos dorados y tetas enormes, rosadas y turgentes como campanas y que valían su peso en oro. Algunas llevaban los cabellos tan oscuros pero tan oscuros y negros como las mismas profundidades, y eran también profundas en su anatomía, tan profundas que en sus jugosos hoyos cabían hombres completos que se deleitaban en entrar en aquellas cavidades prestas a ser penetradas como los túneles arbóreos largos y tenebrosos de las montañas que se tenían que atravesar para llegar a tan fantástico lupanar.
Todo comenzó cuando un alemán colonizador se enamorado de una bella esclava que escondió en una casa particular donde la tenía como una reina, llena de lujos que ni las mismas mujeres blancas de la época podían disfrutar. Se dice que la bella mujer era parte del cargamento de esclavos que trajo el pirata John Hawkins en l565 en su segundo viaje a las costas venezolanas. La expedición del inglés partió del puerto de Plymouth en 1564 en cuatro naves de las cuales una pertenecía a la Reina Isabel I, el Jesús de Lubeck de setecientas toneladas que le alquilo a Hawkins a cambio de una gran parte de las ganancias. Las cuatro embarcaciones llegaron a Guinea donde tomaron a la fuerza más brutal y sanguinaria a cuatrocientas almas de la raza mandinga hacinándolos en las bodegas de los barcos como bestias, aquellos seres encadenados navegaron por meses, pasaron por Dominica y todas las islas vecinas hacia el sur hasta llegar a la isla de Margarita, evitando así la ruta del oeste donde los galeones españoles navegaban y cuidaban con extremado celo la ruta marítima del comercio de La Española, La Habana y todas las Antillas Mayores. Muchos esclavos fueron vendidos en la isla para su utilización en la pesca perlífera, primer producto de exportación que tuvo Venezuela y que adorno a los excelsos protagonistas de los grandes salones de la Europa Absolutista.
La muchacha negra como las otras mujeres que fueron vendidas en la isla fueron publicitadas como mujeres fértiles, fuertes, que podían tener hijos igualmente fuertes, el vientre esclavo engendra más esclavos, desnudas, despojadas de su orgullo fueron paseadas en las calle y plazas hasta que un alemán de la casa Welser, se enamoro de la belleza sin igual de la muchacha que por la delicadeza de sus formas no pasaría de catorce años. Fue la única alma que compró y así con la locura del amor en sus pupilas la hizo suya y se la llevo a tierra firme, en Borburata donde se había asentado y tenía una pequeña hacienda de cacao que era atendida por algunos alemanes de menor rango y que además le permitía aquella ciudad portuaria comerciar con los barcos ingleses negreros, los barcos provenientes de las colonias españolas de ultramar y seguir con sus expediciones colonizadoras. Pero apenas llego sintió que todos los hombres miraban con extremada lascivia su nueva adquisición y decidió construir muy bosque adentro una casa donde viviría con su amada negra y para protegerla hizo grandes muros que eran vigilados por negros que el mismo había castrado para evitar cualquier signo de esquizofrenia colectiva sensual que podía generar aquella muchacha. Aquellos eunucos de ébano eran además bien pagados y fueron los mejores perros guardianes y valientes guerreros que defendieron aquel fortín amatorio de todo aquel hombre que osaba traspasar sus muros.
La esclava se había entregado a su destino, no se resistía ni a las caricias, ni a los besos y demás demostraciones de amor del alemán. Ella se sentía muerta desde el mismo momento que fue alejada de su tierra, de su familia, de sus costumbres y sus dioses, se comportaba como fantasma, la vida la había dejado en su amada Africa. Pero todo cambio cuando empezó a sentir dentro de su vientre una nueva vida, sus ojos se llenaron de un nuevo brillo, sus caderas crecieron con la fuerza de un volcán, y sus pechos se tornaron más grandes y redondos, en su cara se empezó a dibujar una sonrisa y cantaba sus canciones africanas tratando de arrullar la carne de su carne que crecía allá dentro y que se prometió proteger para toda su vida.
El colonizador germano se percato que algo en la chica cambiaba, era más reacia a sus demandas, y en un forcejeo por poseerla la esclava le mostro su vientre abultado, el asombrado y asustado por la fuerza con que la chica lo había retado maldijo la barriga y se alejo de su negra amante por catorce años, catorce años en la cual estuvo colonizando los llanos de Venezuela. Durante ese tiempo la muchacha ya mujer pario una hermosa niña de tez clara y hermosos cabellos de enredados rulos rubios, de boca carnosa y roja como las guayabas y de grandes ojos del color ambarino como las sabias de los arboles frondosos de aquella selva. Entre ellas había un lazo inseparable, una vivía por la otra y la otra solo sabia de la vida por la otra, todo parecía perfecto, porque a pesar de que el alemán se había alejado por tanto tiempo dejo muy bien explicado entre sus sirvientes que nada le faltara a su amada a pesar de que esta lo había rechazado y llevaba en el vientre un ser que el no quería.
A su regreso de conquista y colonización, más viejo pero con grandes deseos sexuales por su esclava, el alemán se dirigió al fortín y lo primero que vieron sus ojos fue a una hermosa criatura desnuda en una fuente de clarísimas aguas bañándose, su cuerpo juvenil le invito al placer y su miembro se irguió con la fuerza de un toro y se abalanzo hacia la criatura que espantada gritaba por aquel hombre rubio que la atacaba y que en su encerrado mundo no sabia que era, ya que solo conocía a su madre y aquellos guardianes negros que la cuidaban. La madre de la chica corrió en ayuda de la muchacha pero el alemán enfurecido y envilecido por su hambrienta lujuria desenvaino la espada y atravesó el pecho de la esclava y termino poseyendo a su hija allí mismo sobre la sangre que emanaba de la madre muerta. Un esclavo indignado y enfurecido ataco al hombre asesinándolo pero que aún muerto todavía encima de la chica depositaba su semen, una semilla maldita que más adelante originaria aquel lugar prostitutas de las mas rara y extraña naturaleza.
A raíz de la muerte del alemán aquel fortín quedo abierto a todos los que querían tener relaciones sexuales, los eunucos viendo el potencial erótico de la muchacha hicieron un fructífero negocio con su carne, iban colonos españoles, marineros ingleses, comerciantes holandeses, mercaderes portugueses, alemanes, criollos, hasta la más alta curia cruzaba la montaña para exorcizar a la bestia pero siempre terminaban encima de ella como la propia Babilonia; se hacían largas filas, para poseer aquella diosa de la montaña, que aún embarazada era objeto de deseo y de copular como un animal, su cuerpo no descansaba era lujuriada y fornicada mientras en cada pecho amamantaba a sus hijas, porque además por desgracia de ella y para beneficio de los eunucos paría puras hembras que apenas cumplían los diez años o daban signos de hermosura eran puestas a trabajar como lo hicieron con su madre. Así fue como aquellas mujeres de diferentes padres y única madre se crearon hasta que los eunucos no las pudieron controlar y ellas mismas se hicieron dueñas del lugar y de sus cuerpos y sin ningún remordimiento siguieron vendiendo su cuerpo porque era lo único que habían aprendido en su vida. Estas mujeres a la vez parieron más mujeres, y empezaron a salir deformaciones como los cabellos de diferentes colores, como los senos de exorbitantes tamaños, de las vaginas elásticas e insondables.
Pasaron muchos años y con los años fue creciendo el lupanar, muchas de las mujeres decidieron emigrar a nuevas tierras, estaban cansadas de amar sin ser amadas, de dar sin recibir un verdadero gesto de amor, se cansaron de ser depósitos de miserias, simplemente se fueron a vivir a lugares lejanos donde aprendieron un nuevo oficio y se enamoraron de sus hermanos, o de sus primos, o de otros consanguíneos, pues ellas habían amado en carne a todos los pobladores de estas tierras y de aquellos mundos alejados por el gran charco. Aprendieron rápido sus nuevos oficios, porque extrañamente eran muy inteligentes, se hicieron maestras, secretarias, doctoras, abogadas, arquitectas, aprendieron todas las profesiones y oficios, además fueron madres abnegadas, amantes esposas, ayudaron a levantar naciones, a forjar libertades. Todavía en este siglo vemos mujeres con cabellos extraños, pero no pintados con los tintes comerciales que inundan el mercado, cabellos verdaderamente verdes como las hojas de las palmeras de Borburata, o tan verdes como la montaña del Avila, o mujeres con los cabellos rojos y naranjas como los crepúsculos del cielo barquisimetano, o chicas hermosas con los cabellos tan rubios como las mazorcas de maíz que crecen en el extenso llano, también podemos ver mujeres con hermosas vaginas, profundas y jugosas que invitan al placer mientras bailan los tambores africanos en la costa de Miranda o en Los Roques, damas encopetadas que tapan con pudor sus grandes senos de forma de simpáticas y sonoras campanas como las esquilas de los campanarios de Caracas.
Hace poco leí una extraña noticia en internet: una mujer en Tokio o en otra ciudad del sol naciente había parido una niña de extraños cabellos de diferentes colores y pensé emocionado que esa niña quizás es producto de esta fantástica historia y de aquellas mujeres sufridas y esclavizadas y que sin importar su destino tuvieron la gentileza de dar amor y que después de sufrir miles de penurias sembraron y poblaron la tierra con nuevas esperanzas.
por Félix Esteves