Su madre que murió de amor le insistió siempre que los pájaros no
lloraban. Creció creyendo aquel enunciado que le atormento por algún tiempo
cuando era niña, pero que después olvido cuando conoció el amor de aquel hombre
que le revolvió la vida. Al nacer su primer y única hija le enseño que los
pájaros no sufrían por la partida del amado del nido, que no padecían la muerte de sus
polluelos y que por lo tanto no lloraban.
En una noche oscura y sin brisa su hija se murió en su regazo, pálida y esquelética
miraba ahora con sus fallecidos ojos opacos los ojos de la madre que era
incapaz de soltar una lágrima. Sólo se escucho el grito ahogado y seco, que más
parecía un murmullo lánguido y escueto de aquellos que se tragan las penas y
desgracias.
El hombre no soporto la muerte de la niña de sus ojos y lleno de
tristeza partió del nido, buscando quizás otra alegría que le devolviera a su
alma la vida. La mujer permanecía inmutable ante la partida del marido, del
amor de su vida, de ese hombre que le revolvió la vida. Fue incapaz de llorar,
ni una lágrima brotó de sus ojos, ni por el hombre, ni por la hija.
Se trago todo el dolor, todo el sufrimiento fue creciendo como la riada
cuando llueve por siglos, pero todo quedo atrapado en su carne trémula, el
cruel padecimiento se injerto en sus huesos, pero sus ojos permanecían secos,
estériles. Se fue secando como se secan los nidos de los pájaros que son abandonados.
Como se secan los polluelos cuando arrecia el verano. Poco a poco el hogar se
fue deteriorando y lo que antes era una casa de bellos colores, se convertía
ahora en un rancho donde no florecía el jardín, donde el vergel dejó de dar
frutos, y las paredes de su interior se tiñeron de marrones y ocres, cuales
ramas secas, cuales nidos abandonados. Aún así no lloraba, el llanto se negó a
salir y seco todo por dentro… seco todo por fuera.
La madre de la madre de la madre de la madre de la madre de la madre le
enseño que los pájaros no lloran, así esa madre de la madre de la madre de la
madre… que murió de amor, le enseño que los pájaros no lloran, que no sufren,
que no padecen… el nido se seco, aquel pájaro lleno de tristeza murió sin
sentir el alivio del llanto, tal vez el lamento al que tanto se negó sería la
salvación de su alma, la salvación de su nido.
Por Félix Esteves
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