El esclavo
Ser el esclavo que perdió su cuerpo
para que lo habiten las palabras.
Llevar por huesos flautas inocentes
que alguien toca de lejos
o tal vez nadie. (Sólo es real el soplo
y la ansiedad por descifrarlo.)
Ser el esclavo cuando todos duermen
y lo hostiga el claror incisivo
de su hermana, la lámpara.
Siempre en terror de estar en vela
frente a los astros
sin que pueda mentir cuando despierten,
aunque diluvie el mundo
y la noche ensombrezca la página.
Ser el esclavo, el paria, el alquimista
de malditos metales
y trasmutar su tedio en ágatas.
en oro el barro humano.
para que no lo arrojen a los perros
al entregar el parte.
Amantes
Se amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la noche, sus vísperas azules,
sus celajes.
Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.
Se amaban. No estaban solos a la orilla
de su primera noche.
Y era la tierra la que se amaba en ellos,
el oro nocturno de sus vueltas,
la galaxia.
Ya no tendrían dos muertes. No iban a
separarse.
Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían
como hileras de luces en un largo aeropuerto
donde algo iba a llegar desde muy lejos,
no demasiado tarde.
Dura menos un hombre que una vela...
Dura menos un hombre que una vela
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra,
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos un pájaro,
que un pez fuera del agua,
casi no tiene tiempo de nacer,
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento,
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.
La tierra giró para acercarnos
La tierra giró para
acercarnos,
giró sobre sí misma
y en nosotros,
hasta juntarnos por
fin en este sueño,
como fue escrito en
el Simposio.
Pasaron noches,
nieves y solsticios;
pasó el tiempo en
minutos y milenios.
Una carreta que iba
para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó
lejos del mundo,
en la previda a
menos mil de nuestros padres.
La tierra giró
musicalmente
llevándonos a
bordo;
no cesó de girar un
solo instante,
como si tanto amor,
tanto milagro
sólo fuera un
adagio hace mucho ya escrito
entre las
partituras del Simposio.
Eugenio Montejo (1938-2008)
Sobre Eugenio Montejo.
Eugenio Montejo fue
un poeta y ensayista venezolano nacido en Caracas en 1938. Su poesía se
caracterizó por la rica gama textual y el gran dominio de las formas,
constituyéndose en un gran representante de la poesía suramericana. Publicó, entre
otros, los libros: "Elegos" en 1967, "Muerte y memoria" en
1972, "Algunas palabras" en 1977, "Terredad" en 1978,
"Trópico absoluto" en 1982, "Alfabeto del mundo" en 1986 y
"Chamario" en 2003.
Es autor también de
importantes ensayos, tales como, "La ventana oblicua" en 1974,
"El taller blanco" en 1983, y "El cuaderno de Blas Coll" en
1981. Montejo también fue fundador de la revista Azar Rey y co-fundador de la
Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Fue un importante investigador en
el Centro de Estudios Latinoamericanos "Romulo Gallegos" de Caracas,
y colaborador de una gran cantidad de revistas nacionales y extranjeras. En
1998 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela y en 2004 el Premio
Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo. Uno de sus poemas (La tierra giró para acercarnos) es citado en la
película 21 gramos, del director mexicano Alejandro González Iñárritu.
Eugenio Montejo fue Profesor Universitario, Gerente Literario de la
Editorial MonteAvila de Venezuela. Como diplomático trabajo en la embajada de
Venezuela en Portugal en varias ocasiones. El valor de su estimable obra poética y ensayística no ha parado de
crecer en los últimos años, siendo una de las más importantes y originales de
la última mitad del siglo XX.
Eugenio Montejo falleció en la ciudad de Valencia en junio de 2008.
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