La conocí en una muestra de grabados españoles del siglo XIX, en un viejo sótano de la calle Florida. Me sorprendió que no probara bocado alguno cuando franqueaban los deliciosos platillos del ágape. Yo confieso que fui a eso, a degustar, porque sabía de la calidad del catering de esa tarde. Lo elegí entre varias opciones de ese día: un concierto que ya había escuchado y la presentación de un libro para chicos.
Estaba de festejo, porque se cumplían cinco años de sobre vivencia alimentándome de las generosas dádivas de los artistas, cinco años deambulando entre ágapes y generosos brindis de ocasión. Cinco años en que no tuve que trabajar para conseguir mi sustento. Mi única inversión había sido un excelente smoking que sacaba a relucir entre la muchedumbre hambrienta de arte.
Le mencioné esto a la mujer y me contestó que ella también se alimentaba indirectamente del arte, a lo cual yo le pregunté de qué manera; me reveló que ella no necesitaba alimentos sólidos in líquidos, que sólo le bastaba con el alimento espiritual, lo cual me causó cierta risa.
Le pregunté, mientras tomaba un sorbo de vino tinto, cómo era eso del alimento espiritual. Me señaló que depende de la calidad del producto." Si leo un buen libro, por varios días no tengo que consumir nada. Si voy a una muestra interesante como esta que estamos presenciando me sucede lo mismo.
Una vez, escuché a la Filarmónica de Berlín y por varios meses no necesité ningún alimento. "Es muy original", le contesté," pero no le creo" nadie puede vivir sin comer ni tomar aunque sea un líquido. "Venga a mi departamento y lo va a comprobar usted mismo, fíjese que ni siquiera tengo heladera". Miré mi agenda de actividades culturales con sus respectivos ágapes y quedamos para la semana entrante.
Fui a su casa después de almorzar en una galería de arte moderno. Me recibió, naturalmente, con un libro en la mano. "Esta sabroso", me dijo, señalando la tapa del libro. Nos sentamos en el living; era curioso, no había libros. Claro, están en la cocina, pensé.
No me sirvió nada para tomar (lo cual me resultó lógico), sólo me dio un texto de poesías como entrada. Al rato, como plato principal me trae una novela de Stanislao Lem y luego me dice que "de postre tengo una exquisita sinfonía de Malher".
Solté una carcajada que a ella no le agradó en absoluto. "Si no me cree lo invito a recorrer mi casa" Bueno", le dije. Lo hicimos en pocos segundos y era cierto, no había indicios de alimentos, ni de heladera, ni de basura, ni de nada. "Está bien" le dije, "pero sigo sin creerle, nadie puede vivir sin alimentarse".
"Hagamos una apuesta" dijo la mujer, "quédese unos días, lo va a poder comprobar con sus propios ojos". Si le gano, me cocina durante un año. "Asentí" al instante, aunque yo no sabía cocinar definitivamente nada.
Quedamos para el día siguiente. Me fui pensando en la trampa en la que había caído. Toda esta historia ridícula es para que duerma con ella, pensé, pero no me importó. Esa noche pasé un poco de hambre ya que habían cancelado una conferencia sobre medio ambiente. Me salve cuando pasé de casualidad por un cumpleaños; me metí y terminé bailando toda la noche con la cumpleañera.
Al otro día me fui bien temprano con algunos alimentos que recogí al pasar por la inauguración de una sala de conciertos. Me quedé un día entero al lado de la mujer leyendo y escuchando música y ella no comió ni bebió nada, y así fue por varios días hasta que una noche descubrí su secreto. Yo dormía plácidamente en el sofá cama del living y la vi levantarse, dirigirse sigilosamente a la cocina y abrir una misteriosa lata que sacó de la alacena. Se la guardó dentro de su camisón y se volvió a su cuarto. Cuando salió el sol y ella desayunaba un poema de Whitman, fui a la alacena, tomé la lata, la puse en la mesa y le dije: "Usted me debe varias cenas". "¿ Así, y porqué se puede saber?. "Por esto", dije, y abrí la lata, pero no era mi día de suerte ya que adentro había un libro de recetas de cocina, el cual, cumpliendo mi apuesta, tuve que consultar durante todo un año.
Por Gabriel Falconi.
Sobre Gabriel Falconi.
Gabriel es oriundo de Montevideo, Uruguay, pero ya más de veinte años que reside en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Es músico de profesión, y en sus ratos libres se dedica a escribir cuentos y relatos, oficio que hace muy bien, para muestra este interesante relato que nos recuerda el ingenio de otro sureño Adolfo Bioy Casares. Los trabajos literarios de Falconi están cargados de cierto sarcasmo y una aura casi pesimista. Su narrativa es concisa, sin falsos adornos o excesos de figuras retóricas, es un simplificador y al mismo tiempo un tejedor de la palabra, un original creador de fantasías urbanas, un "metaforista" del día a día del hombre y su circunstancial existencia, con todas sus obsesiones, fetiches y paranoias.
Por Félix Esteves
No hay comentarios:
Publicar un comentario