El jardín era cuidado con el amor y la ternura que se le prodiga a un niño. Crecían allí hermosas flores de múltiples colores y formas, todas eran motivo de gran adoración por el pequeño jardinero que a pesar de su fealdad y monstruosidad física llevaba en el pecho un corazón de oro; sin embargo y a pesar de su terrible aspecto aquel horrible hombrecito vivía para dar amor, pero por su aterrador aspecto era motivo de burla de todos, era tratado con desprecio e indiferencia y por esa causa, se alejo del mundo y dedicaba su vida a aquellas flores que eran incapaces de reprocharle o mofarse de su aspecto.
Un día en que regaba sus amadas hijas florales una mariposa fue alcanzada por el agua que mojaron sus delicadas y transparentes alas, el pequeño insecto cayo a los pies del hombrecito que percatándose de lo sucedido la recogió poniéndola en su palma y con extremado y delicado cuidado la seco con su aliento, enseguida la mariposa batió sus alas y revoloteo en el aire alrededor del jardinero y en un instante aquel diminuto ser se convirtió en una hada que agradecida por el gesto del jardinero le concedió un deseo.
El enseguida pensó en las flores, y en vez de pedir un deseo para él, quizás borrar su fealdad, le pidió a la hada que le concediera el don de la visión a todas las flores de su jardín para que vieran la inmensidad del azul cielo que las arropaba y vieran la grandiosidad de Dios que habitaba en la inmensidad de la bóveda celeste.
Al pronunciar su deseo, todas las flores miraron al cielo y quedaron maravilladas por la belleza de aquel azur real e infinito, agradecieron la voluntad y la generosidad del creador, sin embargo cuando notaron la presencia del jardinero quedaron horrorizadas, asustadas, no podían creer que después de admirar la magnitud de la hermosura del cielo pudiera existir tan horripilante ser y además habitar entre ellas que eran tan bellas, coloridas y perfumadas, entonces para defenderse del esperpento brotaron de todas enormes ramas con venenosas espinas que atraparon al jardinero que termino muriendo con espantosa agonía entre sus amadas hijas.
Por Félix Esteves
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